Atípica temporada cinegética

El confinamiento de la pasada primavera se inició cuando había pasado ya el tiempo de caza, y la nueva temporada arranca con pocas restricciones y con la confianza en que pueda desarrollarse sin mayores contratiempos en lo que se refiere a las cacerías con más tirón entre los cazadores cántabros. Pese a todo, la nueva normalidad también ha afectado a la actividad que se genera en torno a este deporte, sobre todo por la limitación de los desplazamientos entre países, que ha reducido la demanda en las regiones en las que la práctica cinegética tiene un mayor componente económica, y por un cambio en los hábitos por parte de los cazadores que está sufriendo, sobre todo, la hostelería.

José Ramón Esquiaga |  @josesquiaga | Octubre 2020

Es una actividad que se desarrolla al aire libre, que reclama para sí la condición saludable que suele concederse a la práctica deportiva y que según sus practicantes, y pese a lo controvertido de su efecto sobre el entorno, cuenta con argumentos para ser considera como esencial incluso si llegara a producirse un nuevo confinamiento. Pero la caza implica también desplazamientos, entre comunidades autónomas y también entre países, así como reuniones de grupos con un mayor número de componentes de los que los protocolos de prevención de la covid-19 consideran seguros para limitar las posibilidades de expansión de la pandemia. De como se resuelvan esas dos tensiones, que vienen a sumarse a otras con las que la práctica cinegética está más habituada a convivir, dependerá que la temporada que acaba de iniciarse se desarrolle con una normalidad acorde cuanto menos al alcance que ese término está teniendo en tiempos post-covid. Con todo, ya en la media veda de agosto y septiembre, y en las primeras cacerías en la Reserva del Saja, se ha podido constatar algunos cambios que inciden en la forma en que los cazadores salen al campo, como también se habían concretado ya otros en las condiciones en que se relacionaban con la administración en lo tocante a su afición. Alguno de esos cambios está teniendo incidencia en la actividad económica que se genera en torno a lo cinegético, incluso en una región en la que este componente tiene un peso menor, como es el caso de Cantabria. En otras, donde la caza es un reclamo para aficionados de todo el mundo y alimenta el negocio de empresas de todos los sectores, las pérdidas amenazan con ser bastante más acusadas.

Cantabria cuenta con 6.000 cazadores federados, lo que sitúa a este deporte entre los que cuentan con un mayor número de practicantes en la región, solo por detrás de fútbol y baloncesto y en un nivel similar al que tiene el golf. Como este último, pero incluso en mayor medida, la caza tiene una notable capacidad para generar actividad económica en torno a su práctica, y a hacerlo de una forma transversal en negocios dedicados a un amplio abanico de actividades. A diferencia de lo que sucede en regiones como Extremadura y Castilla-La Mancha, en Cantabria no se pagan grandes cantidades por cazar, ni la región es destino preferente para quien lo hace, lo que la sitúa relativamente al margen de la caída de ingresos que en esas comunidades autónomas está provocando la pandemia y las restricciones a los desplazamientos. Son también minoría en Cantabria los cotos privados, aquellos que son objeto de una gestión puramente empresarial que, como tal, necesita cuadrar el balance entre ingresos y gastos. En todo caso, el impacto de la crisis sanitaria en estos, o en los que son gestionados por sociedades de cazadores –la mayoría de los de la región– está siendo mínimo, según coinciden en señalar tanto los propios cazadores como desde la Federación Cántabra de Caza: el componente social que lo cinegético tiene en Cantabria, unido a lo mucho que se ha echado en falta la actividad al aire libre durante los meses de confinamiento, ha hecho que quienes practican la caza en Cantabria –o quienes se desplazan desde aquí a las comunidades vecinas para hacerlo– retomasen su afición en un número similar a anteriores campañas.

“La temporada se ha iniciado con toda normalidad, y salvo una catástrofe sanitaria que ninguno esperamos, estamos convencidos de que va a seguir desarrollándose sin incidencias”, asegura Ignacio Valle, presidente de la Federación Cántabra de Caza que también lo es, desde abril del pasado año, de la española. Esa doble responsabilidad le otorga una posición privilegiada para valorar las diferente forma en que la pandemia afecta a la actividad cinegética en unas y otras regiones: “La caza empresarial, la que se da en el sur de España, sí que va a notar mucho la crisis, de hecho ya lo está notando. Las restricciones a la movilidad internacional la han dejado sin uno de sus principales mercados, y las grandes monterías donde se juntaban decenas de personas no son posibles. Ahí va a haber pérdidas económicas importantes”, lamenta.

En el caso de Cantabria, donde la caza corre a cargo casi siempre de cazadores locales, la situación es mucho mejor, y comparable en casi todo a la de cualquier otra temporada. Las diferencias tienen que ver sobre todo con los protocolos sanitarios, que en el caso de las cuadrillas de caza mayor implican cumplir con una serie de pautas para evitar reuniones en las que no pueda cumplirse con la distancia de seguridad, y una modificación en los trámites administrativos que se dan en la jornada cinegética, y que buscan minimizar los contactos del guarda con los miembros de cada partida. Antes cada cazador entregaba los documentos al guarda, en tanto que ahora es el jefe de la cuadrilla quien lo hace, responsabilizándose de que todos los que participan en la cacería cuenten con las autorizaciones y permisos necesarios.“Los cazadores en Cantabria, por suerte o por desgracia, tenemos ya una cierta edad, y estamos muy concienciados de la necesidad de cumplir las medidas de seguridad contra la pandemia”, asegura Ignacio Valle. Esa concienciación del colectivo también la menciona Manuel Borbolla, presidente de la Sociedad de Fomento de Caza y Pesca, la mayor entre las sociedades de cazadores cántabras, y una de las más antiguas entre las que existen en España. “La responsabilidad de los cazadores está siendo total. Cuando ha habido otras normativas quizá ha habido quien ha sido más reticente a cumplirlas, en este caso no ha sido así. No sé si habrá rebrotes, pero de lo que estoy seguro es que si los hay, ninguno será por culpa de los cazadores”. La Sociedad Cántabra de Fomento de Caza y Pesca es además gestora de algunos cotos, algo que la sitúa ante la perspectiva de afrontar el riesgo económico que supondría una caída en la actividad cinegética y la consecuente merma en el número de permisos de caza expedidos: “La caza menor es una actividad que se realiza de forma individual y al aire libre, con lo que el peligro de contagios es mínimo. Pero eso no significa que no vayamos a notar la crisis sanitaria. Pasa un poco como con las reservas hoteleras, cuando hay noticias de que los contagios crecen, la gente las anula. Algo de eso estamos notando nosotros”.

Ignacio Valle, presidente tanto de la Federación Española de Caza como de la cántabra.

La comparación con la hostelería es pertinente también en lo que toca a la actividad económica generada por los cazadores, y en lo que esta puede verse afectada por la pandemia. dado que es precisamente el gasto que se hace en restaurantes y cafeterías el que en mayor medida puede resentirse durante esta temporada. “Sí, posiblemente ese es el mayor cambio”, admite Ignacio Valle, en una afirmación que repite casi con las mismas palabras Manuel Borbolla. Lo habitual otros años, coinciden ambos, es que los cazadores quedaran para tomar el primer café de la mañana camino del coto, y se juntasen luego para comer en algún restaurante: “Este año llevamos un termo, y la comida de casa, por la concienciación que está demostrando el colectivo de cara a evitar situaciones de riesgo de contagio. Es una pena, porque los bares y restaurantes de las zonas rurales lo van a notar mucho”, señala el presidente de la Sociedad Cántabra de Fomento de Caza y Pesca.

La capacidad de la caza para generar actividad económica, singularmente en el entorno rural, es algo que tiene uno de sus ejemplos más evidentes en esa vinculación con la hostelería que mencionan Ignacio Valle y Manuel Borbolla, pero que alcanza a sectores muy diversos, alguno de ellos de forma más directa, y en mayor medida, que a bares y restaurantes. No abundan, en cambio, las fuentes que permitan cuantificar esa aportación y, sobre todo, medir su evolución en el tiempo. La referencia más clara sigue siendo la que aporta el estudio realizado en 2018 por Deloitte para la Fundación Artemisan, y con el que esta última quería aportar elementos racionales al debate entre partidarios y detractores de la caza. El estudio calculaba que cada cazador destinaba a su afición una cantidad media de 5.000 euros al año, un dato referido al conjunto de España y que a tenor de los cálculos que hacen los propios cazadores puede ser claramente exagerado si hablamos de Cantabria, donde el componente social rebaja notablemente el precio que se paga por practicar esta afición, en abonos a los cotos, en permisos de caza o en monterías.

Manuel Borbolla, presidente de la Sociedad Cántabra de Fomento de Caza y Pesca.

Pero queda un amplio abanico de categorías en los que el gasto de los cántabros no estaría muy alejado del que calcula Deloitte. Ahí entrarían los que se destinan a los perros, a ropa y complementos, a los equipos electrónicos o las armas, seguros y trámites administrativos, unido a la gasolina y la amortización de vehículos, y que en conjunto sumarían una cantidad que los propios cazadores cántabros calculan en torno a los 1.000 euros anuales. Los seis millones de euros al año que resultarían de multiplicar esa cantidad por el número de cazadores sería, en un cálculo conservador, lo que la afición cinegética aporta de la forma más directa a la economía de Cantabria.