Buena cosecha, la de aquel año
Los herederos de Máximo Bolado llevan desde 1870 seleccionando los mejores vinos de mesa para los consumidores de la región.
Texto de Jose Ramon Esquiaga @josesquiaga. Publicado en enero 2000
La afición por el vino de los cántabros daría pie para hacer más de un chiste malintencionado, pero lo cierto es que la región cuenta con una tradición vinícola que se sustenta en el consumo, y no en la producción. Los buenos aficionados presumen, con razón, de la calidad de los blancos de solera que se sirven en capital y provincia, y que son justos herederos de un gusto por el fruto de la vid que se pierden en la nebulosa de la historia. Una buena parte del paladar de los cántabros se ha educado en el buen hacer de los almacenistas santanderinos, que a su vez se han beneficiado de los altos niveles de consumo per cápita para asegurar la continuidad de sus negocios a lo largo del tiempo. Es el caso de la empresa más veterana, Nieto de Máximo Bolado, que sirve hoy en día una gama de productos que entroncan directamente con los que el fundador traía de la localidad castellana de Nava del Rey en el último tercio del siglo XIX.
La responsabilidad de regir los destinos de la empresa recae hoy en día sobre los hombros de César, Alfonso, Esther y Carlos Obregón López-Alonso, biznietos de quien echara a rodar la compañía en el lejano 1870. Los hijos de éstos, que ya se han incorporado al negocio, aseguran el relevo generacional. Ni los medios de transporte ni las vías de comunicación eran las mismas entonces que ahora, y desplazarse a las regiones productoras se convertía en poco menos que una aventura. Don Máximo viajaba en ferrocarril hasta Medina del Campo, y desde allí se trasladaba en carro hasta Nava del Rey, la localidad donde adquirían el vino. Hacía falta buen ojo para adquirir un producto con una calidad adecuada, y otro aún mejor para evitar engaños en el trasvase del caldo a los bocoyes –barriles con capacidad para más de 700 litros– y en el traslado de éstos hasta la estación y desde ahí hasta la capital de Cantabria. No acababa entonces la labor del almacenista que, en una época en la que la botella no era el recipiente más utilizado para el vino, debía trasladar los grandes garrafones a los bares de Santander, que almacenaban el licor en sus propias soleras.
En todo este trajín acompañaba a don Máximo su nieto César, quien desde muy joven se implicó en la dirección. De hecho, el natural paso de la empresa de padres a hijos iba prácticamente a saltarse una generación: el negocio de Máximo Bolado lo continúa su hija Julia, casada con Victoriano Obregón, si bien el interés de éste por otros negocios distintos del vinícola iba a terminar por poner la empresa en manos del hijo de ambos, el mencionado César Obregón, padre de los actuales rectores y el responsable del nombre que mantiene hoy la sociedad. A los actuales propietarios la tradición bodeguera les viene por las dos ramas familiares, ya que su abuelo materno era el propietario de las Bodegas López-Alonso.
Desde la fundación de la empresa hasta el muy reciente traslado de la misma a la Ciudad del Transportista –una circunstancia que tuvo lugar en 1993– el continuo ir y venir de barriles y cisternas causó no pocos quebraderos de cabeza a los responsables del almacén. Los locales de la Cuesta del Hospital, pese a las sucesivas ampliaciones, se vieron en los últimos tiempos rodeados por el bullicio de una ciudad que ya no era la de principios de siglo, hasta el punto de que la difícil descarga de los camiones cisterna de 20.000 o 30.000 litros tenía que hacerse los sábados a la intempestiva hora de las cinco de la mañana.
Hoy en día Nieto de Máximo Bolado sirve a los cántabros cerca de un millón de litros anuales, tanto en las variedades de tinto y claro, como en mistelas, vermouths y manzanillas. Sin embargo, y por aquello de las denominaciones de origen, en estos dos últimos casos el producto se vende con los nombres respectivos de vino de licor y vino de mesa. Ya no existe el producto a granel y los caldos se venden en la correspondiente botella, identificada con alguna de las cuidadas etiquetas de la marca. Lo que sí se mantiene es la tradición viajera de los responsables de la empresa, que persiguen por media España los caldos más adecuados al gusto de sus clientes: el tinto procede de las bodegas de Ramírez de la Piscina, en la localidad riojana de San Vicente de la Sonsierra, de donde llega el producto ya etiquetado, en tanto que el rosado se trae diariamente desde un pueblecito de Cigales, en Valladolid. No son los puntos más lejanos que visitan los bisnietos de Máximo Bolado, que se desplazan hasta Reus en pos de la Mistela y hasta la lejana Sanlúcar de Barrameda para adquirir la manzanilla, por más que aquí tenga que cambiar de nombre. En cualquiera de los casos los productos terminan, hoy como hace 130 años, en la mesa de alguno de los muchos devotos de Baco que existen a este lado de la cordillera cantábrica .