Dulces recuerdos
La llegada de la primera factoría de Nestlé a España, a La Penilla, supuso el comienzo de una relación entre la historia de un país, de su sociedad y de los alimentos que conformaban el pan de cada día. Chocolates, leches infantiles, cereales… Hoy, la fábrica centenaria continúa siendo la referencia nacional de la marca suiza
Texto de Juan Dañobeitia. Publicado en marzo de 2007
Si la ciencia permitiera despertar a Henri Nestlé y éste viera en qué se ha convertido el universo alimenticio que creo de un modesto producto, sería incapaz de asimilar que la empresa que aún lleva su nombre cuenta hoy con 235.000 empleados y que el año pasado facturó cerca de los 60.000 millones de euros. Presencia en todo el mundo, 511 fábricas repartidas en 86 países, un catálogo que abarca una infinidad de productos, eslóganes convertidos en canciones populares, carteles subastados, imágenes para el recuerdo, los bigotes de tres millones de ciudadanos manchados con cacao Nesquik cada día. Todo empezó hace 140 años, cuando aquel farmacéutico alemán luchó por salvar la vida de un niño enclenque y desnutrido. Su harina lacteada obró el milagro. Seis años después vendió más de medio millón de latas.
Corría la segunda mitad del siglo XIX cuando la localidad suiza de Vevey contaba con un vecino alemán llamado a pasar a la historia. Entre sus hallazgos se encontraban mostaza, limonada gaseosa, levadura, polvo de mármol y gas licuado para el alumbrado de la ciudad. Pero no es hasta 1867 cuando Henri Nestlé decide probar un invento que a la postre se convirtió en revolucionario: de la mezcla de leche, azúcar y harina de trigo obtuvo lo que pasó a llamar harina alimenticia, rebautizada años más tarde como lacteada.
Tras hacerse con el reconocimiento de pediatras de media Europa, en 1879 logra el beneplácito del doctor Benavente, el más afamado especialista en medicina infantil de España. Nestlé se abre las puertas de la península de par en par, a pesar de que en aquellos años de escasa concienciación alimenticia, los españoles prefirieran hacer desayunar a sus hijos pan con aceite y vino.
Para entonces, Henri Nestlé ya había desaparecido de la empresa. Con su patente y su nombre vendido al capital de tres empresarios de Vevey, lo que en su día nació como mera empresa manufacturera comienza su carrera por convertirse en industria multinacional de la alimentación. Y en ese camino, uno de los primeros pasos conduce la harina hasta Cantabria, más en concreto a La Penilla. El año 1905 supone para la localidad del Valle de Santa María de Cayón la llegada de la factoría que ha marcado su destino futuro. Durante su primer año de existencia, apenas una treintena de trabajadores eran los encargados de procesar 104.000 litros de leche. El tiempo y la confianza de los ganaderos de la zona fueron los que catapultaron su crecimiento.
La cronología de Nestlé en Cantabria se podría definir por décadas y nombres. Si los diez primeros años de 1900 están vinculados a su inuguración y a la fabricación de harina lacteada, la década de los años 10 se caracteriza por la llegada a la fábrica de la producción de leche condensada: un novedoso producto que acababa con largos años de recelo contra la leche y su carácter perecedero. La Lechera se convertía en el buque insignia de la factoría de La Penilla y antes de que acabara la década, ya producía ocho millones de litros al año.
Los años 20 traen consigo la constitución oficial de la Sociedad Nestlé, Anónima Española de Productos Alimenticios –hoy Nestlé España– y las primeras tabletas de chocolate salidas de la fábrica cántabra. El pan con chocolate se convierte en el alimento estrella de las meriendas y Nestlé se hace con el color rojo de los estantes.
La década de los 30 trae consigo dos hitos inesperados que hacen renquear el futuro de la empresa. La Guerra Civil para su estabilidad en España y la Guerra Mundial para sus intereses como multinacional. ¿Qué hacer? Dos productos que consoliden, por un lado la capacidad de adaptación de la empresa a la situación histórica y, por otro, crear en la sociedad un sentimiento de empatía: Nestlé no alimenta; Nestlé ayuda. En España, la leche en polvo Pelargón –“el alimento de confianza”–, marca a toda una generación de niños y mayores. Entre las tropas aliadas que luchaban en el frente, el café soluble Nescafé.
Ambos productos lograron afianzar la situación de la macroindustria alimenticia y fueron, además, precursores de una batida intensa de ampliaciones del catálogo. Por una lado con las fusiones con otras empresas del sector. Por aquel entonces, la más sonada fue con Maggi, la estrella de los cubitos con sabor a carne.
Acaban los desnutridos cuarenta. Comienzan los titubeantes cincuenta. Para Cantabria, esta década se caracteriza por la entrada en la fábrica de Cayón del Nescafé, el producto por entonces estrella de la marca. Y para anunciar la leche condensada y a pesar de que la canción fue creada en la década pasada, el impasible ‘Tolón, tolón’ de cierta vaca salada creado por Jacobo Morcillo, se convierte en el anuncio más veces repetido de la radio española de la época –hasta catorce veces al día–.
Corren los años. Se asoman los esperanzadores 60. España comienza a chocolatear, por obra y gracia de La Penilla, con leche con Nesquik, “lo bueno, mejor”. Puede que no sea su producto estrella, pero con el tiempo ha logrado que se tomen tres millones de tazas cada día. Durante aquellos años, los niños españoles comienzan a acostumbrarse a las chuches y a los chocolatinas empaquetadas. Crunch y Milkibar son las referencias estrella. Además, Nestlé consigue dar una vuelta de tuerca a las estaciones. ¿Por qué comer helado solamente en verano si Camy los pone a tu disposición todo el año?
El calendario da vueltas hasta llegar a los 70. Años en los que la liberación de la mujer obliga a las empresas a facilitar las cosas en la cocina. Los productos preparados se convierten en bienes de primera necesidad y Nestlé decide hacerse con Findus cuando ésta apenas contaba un mínimo catálogo. La compañía suiza se ocupó de engrandecerlo. Pero si estos diez años se definen por algo, es porque la marca consigue ensalzar el bombón al estado de regalo. La Caja Roja se convierte en el presente que reciben enamorados, parturientas, cumpleañeros, enfermos, niños… Con el tiempo, los mejores diseñadores españoles se han encargado de decorar la caja. Desde Victorio y Lucchino a Armand Basi. De alimento a producto diferenciador. Y vendiendo únicamente bombones.
Los dietéticos años 80, los prefabricados años 90 y el lustro y poco más vivido del siglo XXI han servido para que la empresa prosiga en su afán de erigirse en lo que es hoy: la mayor industria alimentaria del mundo. Con un volumen de negocio en todo el planeta que, convertido a pesetas, marea: cerca de 10 billones. Que sólo en España vende cerca de 2.000 millones de euros. Que en la fábrica de La Penilla, la más grande del país, da empleo a 750 personas. Una factoría que empezó su viaje en 1905 con una sola referencia como cometido. Pero que tanto su intrahistoria como el devenir mercantil de la multinacional no se entenderían la una sin la otra. La cántabra, porque ha asimilado los cambios en su cadena. La suiza, porque optó porque la región fuera su punto de partida en España.