El aroma del tiempo
La combinación de especialización y tradición ha permitido a la perfumería Villafranca defenderse de los embates del tiempo y responder a la competencia de otras formas de comercio sin anclarse en el pasado
Texto de Jose Ramón Esquiaga @josesquiaga . Publicado en mayo 2001
Cualquier institución que presuma de un largo recorrido en el tiempo –y de esto saben mucho los ayuntamientos, o la propia Iglesia– tiene en el fuego el principal de sus enemigos. La combinación entre ley de probabilidades y longevidad tiene como casi inevitable consecuencia la visita de las llamas. Con cerca de 125 años de existencia a sus espaldas, la perfumería Villafranca ha vivido dos incendios que han puesto a prueba su capacidad de supervivencia: uno, el de 1941, marcó un punto y aparte en su historia, al igual que en la de todo Santander, y el otro, el del año 1970, una tragedia más propia, destruyó por completo la tienda y obligó a reandar parte del camino recorrido desde la primera catástrofe. Entre esos dos fuegos nace la empresa tal y como ha llegado a nuestros días, aunque es después del segundo cuando se dan los pasos necesarios para que la tienda llegue a ser lo que hoy es.
Años dorados
La perfumería fue fundada en 1881 por dos socios –Villafranca y Calvo– a quienes corresponde la responsabilidad de la puesta en marcha del negocio, y su dirección durante una primera etapa que va a prolongarse más allá del medio siglo. Ubicada en la calle de la Blanca, en el corazón de un Santander que ya no existe, la perfumería vivió la edad dorada de la ciudad portuaria, puente hacia las colonias de ultramar y destino preferido para el veraneo de las clases acomodadas, empezando por la propia realeza. No es difícil imaginar hasta qué punto habían cambiado las cosas cuando la empresa es adquirida por el farmacéutico Juan Gómez Martínez en 1949: habían quedado atrás los años felices, el país vivía una dura posguerra y la ciudad apenas renacía de las cenizas de un incendio que, entre otras cosas, había destruido la práctica totalidad del comercio de la capital cántabra, y dentro de él a la vieja tienda de la calle de la Blanca.
Desde su nueva ubicación de San Francisco, la perfumería creció en paralelo a la farmacia, y desarrollando la misma estrategia de especialización y servicio que ha presidido su actividad desde entonces. Poco importaba que la suma de las posguerras española y europea, unida al aislamiento del régimen franquista, dejara casi vacíos los estantes de la tienda: el cliente debía encontrar la mejor atención y, a ser posible, encontrar lo que buscaba. Como los niños, la mejor perfumería y cosmética venían de París, y París estaba entonces lejísimos de la santanderina calle de San Francisco.
Tercera fundación
Dando una larga zancada en el tiempo, la empresa va a verse obligada en 1970 a emprender su tercera fundación en noventa años de vida. Una explosión de gas en el edificio que acoge en sus bajos a perfumería y farmacia provoca un incendio que destruye por completo ambos establecimientos. La reconstrucción va a caer sobre los hombros de los hermanos Gómez –Juan y Pilar– ya completamente integrados en el negocio que compró su padre. Y son ellos, una vez reconstruido el negocio, quienes tendrán que hacer frente a una amenaza mayor si cabe que la de las catástrofes pasadas: la llegada de los centros comerciales y las grandes cadenas. Ahí es donde se pondrá a prueba la modernidad de una forma de hacer las cosas que arranca en el propio nacimiento de la perfumería: “Al cliente le damos servicio, le ofrecemos asesoramiento, le aconsejamos… eso es algo que no pueden dar otros comercios, porque no tienen ni la capacidad ni el personal adecuado para hacerlo”. Lo normal, explica Juan Gómez, es que las personas que trabajan en la tienda hayan desarrollado toda su vida laboral en la misma, y que se jubilen detrás del mostrador, atesorando una experiencia que difícilmente puede encontrarse fuera del comercio tradicional.
Lo anterior no significa que la supervivencia de la tienda se confíe exclusivamente a la tradición. La adecuación a los nuevos hábitos de consumo se tradujo en 1994 en la apertura de una nueva tienda, en la calle San Fernando, con la que dar respuesta a la demanda acercándose al cliente. En el mismo sentido, Villafranca se esfuerza en renovar constantemente su catálogo de marcas, buscando además puntos de colaboración con otras tiendas del sector: desde hace un año, el establecimiento cántabro está asociada al grupo Imagen, que integra a perfumerías selectivas de todo el país. Es un paso adelante en una empresa que se ha movido entre tres siglos y que quiere tener más futuro que pasado.