El oro del tiempo

Presmanes, con más de 170 años de historia, se ha convertido en una de las joyerías más longevas de Europa. Una historia que empezó en la calle San Francisco y que, por culpa del fuego, continúa sus días con los recuerdos quemados.

Texto de Juan Dañobeitia. Publicado en marzo 2006.

Su historia se escribe en letras de plata y sobre fondo dorado; sus horas corren al compás del tic tac de un reloj suizo, de maquinaria minuciosamente puntual; sobre el escaparate de su eterna tienda de Calvo Sotelo, se han reflejado cientos de miradas de quienes querían, pero no podían; han vendido pedidas, perdones, ilusión, caprichos, lujo, futuros empeños y las declaraciones de amor más brillantes. Porque 172 años dan para mucho.

Por aquel 1834, Valentín Guerra, un joven santanderino interesado en el mercado de la joyería y platería, abrió su comercio en una hoy remozada calle San Francisco. El número 18 de su siempre peatonal calzada comenzó a recibir los pedidos de los hombres y mujeres pudientes de un Santander que vivía como puerto de mar, un remanso de diferencias donde los pescadores convivían sus estancias en tierra con la incipiente burguesía.

Es posible que Valentín Guerra no supiera, en aquella primera mitad del siglo XIX, el del nuevo amanecer de la economía nacional, que su negocio se iba a convertir, siglos después, en uno de los más longevos comercios de joyas de Europa. Pero los años transcurrieron y Valentín Guerra no supo parar el tiempo de sus días. Joaquín Presmanes, su yerno, se convierte en sucesor de un negocio ya convertido en la herencia familiar.

La primera sucesión

En la segunda mitad del siglo XIX, Santander comienza su reconversión en ciudad señorial, a veces burguesa, donde los veranos se tornan en parada y fonda de la alta sociedad española. Negocios florecientes, dinero aristocrático… Joaquín Presmanes logra hacerse un hueco en las conversaciones de café de las altas clases y, con influencias y buenas intenciones, se convierte en alcalde de la ciudad en el año 1901.
Para aquel momento, su hijo, José María, ya pasaba sus horas en las oficinas de una joyería que iba ganando en nombre y prestigio. Pero no será hasta cinco años después del nombramiento de su padre cuando José María Presmanes se ponga al frente del negocio. Corre el año 1906, Joaquín muere y la tercera generación es ya un hecho.

La memoria de Santander tiene en los cincuenta primeros años del siglo XX sus peores recuerdos. Dos guerras mundiales, una guerra civil y, sobre todo, las llamas que en 1941 borraron todo vestigio con el pasado. José María supo esquivar, o al menos afrontar, todos y cada uno de los golpes con que la Historia quiso vencerle. El negocio seguía a flote. Sólo era cuestión de encontrarle un hueco en la nueva ciudad que, por obra del incendio, tuvo que empezar otra vez de cero.

Volver a empezar

Entre aquellos barracones en que se instalaron los negocios que cayeron ante el fuego –repartidos entre las plazas del Ayuntamiento y de Pombo y los jardines de Pereda–, se encontraban las piezas de joyería de Presmanes. Fueron años difíciles, en los que al devenir del comercio, se le sumaba el no tener un lugar en el mundo. Lugar que encontraron, tiempo después, en la calle Calvo Sotelo, donde hasta hoy han tenido acomodo.

Por este nuevo emplazamiento han pasado ya dos generaciones de Presmanes: Santiago Bannatyne, sobrino de José María, quien compartió la regencia con su primo Gonzalo García Rumayor desde el año 1965; Juan Pablo Bannatyne, hijo de Santiago y actual promotor del negocio junto a su primo Juan Carlos Pombo.

En los despachos de la joyería se encuentran dos aprendices que continuarán la saga: Santiago y Javier, ambos hijos de Juan Pablo. El mayor de sus hermanos, tocayo de su padre, encontró acomodo en Valladolid, ciudad elegida para la apertura de un nuevo ciclo: la segunda joyería Presmanes.

En los albores del siglo XXI, ése en el que algunos auguran que cambiará la forma de entender el mundo, las joyas siguen vendiéndose sobre una mesa que soporta un tapete oscuro. Figuras de plata, oro (dorado y blanco), cerámica… Tal vez compartan sus días con una página web que devuelve al presente, pero adonde quiera que vaya esta historia, les acompañará en el camino una imagen: la de la reina Victoria Eugenia, quien un día de 1927, decidió incluir en sus compras un recuerdo de Presmanes. Es la única fotografía que sobrevivió al incendio.