La cosecha que viene
La producción de vino continúa siendo en Cantabria una actividad con más futuro que presente, pese a un clima cada vez más favorable y a la progresiva incorporación de nuevos productores y elaboradores. La dificultad para acceder a nuevas autorizaciones que permitan sumar más hectáreas de cultivo y la poca tradición vinícola de la región son los principales obstáculos para mejorar las cifras y rentabilidad del sector, cuyos volúmenes de producción siguen muy lejos de los que se alcanzan en el resto de comunidades autónomas de la cornisa cantábrica.
Cristina Bartolomé | @criskyra | Octubre 2022
Puede ser la explotación de viñedos una actividad económica destacada en Cantabria? Aunque es un cultivo que está datado desde los siglos IX y X, se puede decir que la producción vinícola carece de entidad como para hacer hoy historia. El cultivo de la uva, importada por los romanos e impulsada por la vida monacal, se diluye después con el paso del tiempo y la producción en otras áreas con climas más benignos para ello. Y en la época contemporánea sufre un parón decisivo en el siglo XIX con la proliferación de la ganadería y la irrupción de la plaga de la filoxera, que menguaron las hectáreas cultivadas, pasando de 2.225 a 831.

Uvas y mosto de la cosecha de este año en los depósitos donde tiene lugar el primer proceso de fermentación, en la bodega de Ángel Moreno.
Sin embargo, durante los últimos veinte años se trabaja por recuperar el cultivo de la vid –de forma exitosa, aseguran desde la Consejería de Desarrollo Rural de Cantabria– y actualmente el sector cuenta con dos indicaciones geográficas protegidas: la IGP Costa de Cantabria y la IGP Liébana. Se establecieron en 2005, con la intervención del Centro de Investigación y Formación Agraria, CIFA, a través de sus investigaciones sobre las diferentes variedades de uva que se dan en la región.
Según los datos más recientes, correspondientes a la campaña 2020-2021, la IGP Costa de Cantabria engloba 66 hectáreas de viñedos y cuenta con 20 viticultores y 10 bodegas, alcanzando una producción –íntegra de vino blanco– de 113.400 litros. Por su parte, 17 hectáreas están adscritas a la IGP Liébana, que cuenta con 27 viticultores, 5 bodegas y produce 24.000 litros al año, la mayoría de vino tinto y algo de blanco. Una sencilla comparación con nuestro entorno nos permite dimensionar esos datos. Asturias y País Vasco cuentan con una y tres denominaciones de origen (DO), respectivamente. En Galicia existen cinco denominaciones de origen y tres IGPs. Solo una de las más recientes, la IGP Ribeiras do Morrazo, creada en 2016, cuenta con siete bodegas que producen entre 20.000 y 30.000 litros anuales. La DO Vinos de Cangas, en Cangas del Narcea, Asturias, produce en torno a 86.000 litros. El ‘txakolí’ vasco, por su parte, ampara una producción que en 2021 se acercó a los 2,7 millones de litros. Se puede concluir fácilmente, y ello sin entrar en comparaciones con otras zonas con más tradición vinícola, que la producción cántabra es aún exigua. Sin embargo, quienes trabajan en el sector en Cantabria han ido superando los diversos obstáculos para el cultivo de la vid y la elaboración de diversos caldos en la región y apuestan por un futuro prometedor para esta actividad.
Contra viento y marea
Aunque el cultivo de la uva incluye variedades adaptadas a condiciones agroclimáticas muy diversas, en Cantabria existen algunas dificultades para su expansión. En la costa el clima húmedo favorece la aparición de hongos. Y en Liébana, la elevada pendiente y la pequeña dimensión de las parcelas hace más laboriosa la plantación de viñas viables tanto técnica como económicamente. A ello se suma el envejecimiento de la población y el lento relevo generacional. Además, la gestión técnica y económica de las explotaciones vitícolas requiere cierta cualificación. Pero no solo las condiciones climatológicas pueden ser un freno al cultivo de la vid, también existen condicionantes administrativos, ya que es necesario conseguir una autorización para explotar un viñedo.
La Consejería de Medio Rural no cuenta actualmente con una bolsa de derechos de explotación que pueda ceder a nuevos productores, ya que las reservas se extinguieron con la entrada en vigor en 2016 del sistema de autorizaciones que regula el sector. Para plantar un viñedo, salvo el de autoconsumo –que no supera los 1.000 metros cuadrados, la décima parte de una hectárea– es necesaria una autorización de plantación que se obtiene en los repartos anuales que se realizan a nivel nacional, y para ello hay que cumplir determinados criterios de admisibilidad y prioridad, en los que Cantabria, según admiten fuentes de la consejería, “no está especialmente favorecida”. También se puede obtener una autorización de replantación del arranque previo en la propia explotación, algo que es necesario acreditar.

Ángel Moreno, en uno de los bancales donde ha plantado nuevos viñedos con los que elaborar el vino que lleva su nombre, de la IGP Liébana. En la foto de la derecha, Irene Rodríguez, enóloga y propietaria de Bodega Hortanza, de la IGP Costa de Cantabria
Este sistema de autorizaciones, aseguran desde la Consejería de Medio Rural, es uno de los principales obstáculos para sumar hectáreas de cultivo y litros de producción. “Con la situación actual y el tipo de solicitantes, Cantabria no sale bien parada en los repartos de superficie, como consecuencia de la reglamentación tan estricta. Cantabria seguirá reivindicando que la normativa que ahora no nos favorece vaya modificándose para poder atender las necesidades de los productores”, explican fuentes de la administración.
Para allanar las dificultades a la explotación, desde la consejería se aboga por establecer nuevos criterios de admisibilidad y de priorización en las solicitudes de autorización de nuevas plantaciones de viñedo. Otras medidas podrían ser introducir variedades más idóneas y técnicas de cultivo y producción que mitiguen el impacto de las variaciones en las condiciones climáticas. Desde la consejería se considera que la labor del viticultor en Cantabria se desarrolla en unas condiciones heroicas y es un sector a “proteger y potenciar”. Por ello una de las líneas de trabajo se centra en la profesionalización de la gestión técnico-económica de las explotaciones vitícolas. En este sentido, el CIFA tiene previsto realizar jornadas dedicadas a la vitivinicultura en este trimestre.
Con todo, y pese a las dificultades para sumar nuevos terrenos que permitan rentabilizar las explotaciones, quienes operan en el sector no renuncian a incrementar la producción. “Es difícil, pero se puede”, afirma Irene Rodríguez, enóloga y propietaria de la Bodega Hortanza, adscrita a la IGP Costa de Cantabria, con una producción anual de 4.000 botellas de vino blanco: “Tenemos un gran limitante para crecer en superficie ya que los derechos de plantación que nos corresponden como comunidad autónoma son insignificantes”.
Desde la otra IGP vinícola de la región, Ángel Moreno admite las dificultades de rentabilizar la producción de vino, pero pese a ello considera que este puede ser un cultivo muy relevante para la comarca. Gerente de la Bodega Sierra del Oso, produce orujo, cremas y licores, ginebra, whisky y, desde 2011, el vino tinto ‘Ángel Moreno’, amparado en la IGP Liébana. “El vino complementa nuestra gama de bebidas y ayuda a mantener la población y el empleo en Liébana”, asegura. El vino que elabora utiliza exclusivamente uva de la comarca, procedente de sus propios viñedos y de otros viticultores con viñas inscritas en la IGP: “La buena acogida que ha tenido ha hecho que apostemos por la plantación de nuevos viñedos para aumentar la producción”. Se refiere a la explotación de nuevas hectáreas que albergarán casi 3.000 cepas: “Los bancales son dos hectáreas de viñedo con pendiente en la falda de la montaña y bien orientada al sur. La próxima primavera se hará la plantación del viñedo, ya que las 250 cepas plantadas la primavera pasada a modo de prueba, han dado un resultado positivo”. Además de aumentar la producción, la intención de Ángel es precisamente “fomentar la IGP Vino de Liébana” y para ello plantará mencía, tempranillo y godello, todas ellas, variedades autorizadas por esta marca de calidad.
Para ampliar la producción con las nuevas hectáreas, Ángel Moreno ha tenido que adquirir viñedos ya existentes, arrancarlos y, con esos derechos, plantar los nuevos. En Liébana, a diferencia de otras zonas de Cantabria, el volumen de plantaciones existentes permite que puedan plantarse cepas nuevas arrancando otras, eludiendo así la necesidad de contar con autorizaciones nuevas. Aunque con ello no se sumen nuevas hectáreas, si es previsible que se crezca en producción, como sucederá sin duda en el caso de los bancales de Ángel Moreno, al mejorar tanto la ubicación de las cepas como el sistema de explotación de los viñedos, preparados para facilitar las tareas de cuidado y vendimia.
Potencial
Guillermo Blanco, consejero de Desarrollo Rural, hace una valoración optimista de las posibilidades que este cultivo tiene en la región y defiende la calidad obtenida hasta ahora por los vinos cántabros que, asegura, cada vez son más apreciados dentro y fuera de Cantabria. Aunque sea de forma “prudente y modesta”, asegura que Cantabria “desea hacerse un hueco” en la denominada ‘Cultura del Vino’: “Podemos y debemos hacer un buen producto. Desde la Administración prestamos todo nuestro apoyo a los productores para hacer de nuestra región una referencia en el sector vitivinícola”.
Blanco asume que no es fácil tener la implantación, prestigio y reconocimiento de los Riojas o los Riberas del Duero, pero cree que los vinos cántabros también cuentan con argumentos a su favor: “Se diferencian de otros en muchos aspectos, como en su frescura o en sus aromas especiales que están despertado un gran interés en muchos amantes de la enología y de la buena mesa”. A ello hay que añadir, señala, que el sector hostelero y comercial de Cantabria está introduciendo cada vez más en sus cartas y lineales los vinos de las IGP cántabras, “elaborados por unos bodegueros jóvenes, dinámicos y emprendedores que día a día mejoran sus caldos”, asegura.
La historia de los viñedos de Cantabria está impregnada de cariño a la tierra y esfuerzo personal. En el caso de Bodega Hortanza, en Guriezo, la primera cosecha fue en 2019, pero el proyecto comenzó en 2014 cuando la familia decide dar un uso productivo a la finca-huerta que poseen. “Nos animamos a plantar viñedo principalmente por mi profesión, siendo enóloga tenía curiosidad por un vino de mi pueblo. Otro punto a favor es que la historia data que pueblos como Guriezo fueron principales productores de vino blanco de la zona en el siglo XIX”, relata Irene Rodríguez.
El viñedo y la bodega se combinan con la casa de la finca, que han rehabilitado para ofrecerla al turismo rural, algo relativamente habitual en las explotaciones vinícolas cántabras, que muchas veces unen agricultura y turismo: “Pero el trabajo vinícola actualmente se ha convertido en un modo de vida, siendo la actividad principal”, asegura la enóloga de la Bodega Hortanza. La financiación para comenzar el proyecto salió de sus ahorros y de una “mínima ayuda” del Ministerio de Agricultura para equipar la bodega.
Todo el vino que elaboran es de uva propia o de uva del entorno trabajada por ellos y, en cualquier caso, toda la producción se realiza bajo los requisitos de calidad y localización de la IGP Costa de Cantabria, que incluyen determinadas variedades de vid autorizadas, rendimientos o parámetros fisicoquímicos del vino.

Guillermo Blanco, consejero de Medio Rural, durante su visita a la bodega de Sel D´aiz en Corvera de Toranzo.
Los vinos de Liébana también cuentan con tradición centenaria. En esta comarca está datado el escrito más antiguo sobre la viticultura en Cantabria, con un documento del 822 sobre la venta de una viña en Piasca. La Bodega Sierra del Oso, en Potes, cuenta con una larga trayectoria vinculada al entorno y a la familia. Ángel Moreno resume que la marca con la que hoy identifican sus licores nació en 1991, aunque sus antecedentes están en el orujo que habían venido elaborando de la manera tradicional durante generaciones. Al principio la única actividad era la destilación de orujo, después llegó la elaboración de licores macerando el orujo con productos de la zona y posteriormente una amplia variedad de cremas, como la de orujo. Más recientemente, crearon tres tipos de ginebra y el whisky Curavacas.
En 2011 comenzaron a producir vino de las viñas familiares, inscritas en el Registro Vitivinícola de Cantabria: “Decidimos meterlo en barricas para elaborar un vino crianza. Hoy en día nuestro vino ‘Ángel Moreno’ es un vino consolidado que ha ganado los dos últimos años el premio Optimun al mejor vino tinto de Cantabria”.
Medirse con afamadas denominaciones de origen parece prematuro. Según el propietario de la Bodega Sierra del Oso, la mayor competencia está en las denominaciones que llevan muchos años elaborando vino: “Como Rioja o Ribera del Duero”. Desde la IGP Costa de Cantabria, se señala como principales competidoras a las zonas productoras de vino blanco: “Son vinos que el consumidor conoce desde hace muchos años. Puede ser Galicia, País Vasco, Rueda…”, asume la enóloga Irene Rodríguez.
Dada la producción limitada y la juventud de los caldos de Cantabria, ¿existen posibilidades de diferenciarse y sacar la cabeza en un mercado tan copado? Los productores apuestan por ello basándose en la calidad máxima que persiguen y el valor de las características propias: “Puede conseguirse reflejando en el vino la zona geográfica de la que procede. El carácter del vino lo marca el suelo y el clima, dos factores particulares de cada enclave, no se repiten en ningún otro, identifiquémoslo”, asevera Irene. Ángel Moreno también cree que hay posibilidades de hacerse un hueco en el mercado “por la calidad y la originalidad de los vinos de alta montaña”.
El alto nivel de la cosecha de este año puede ayudar a transitar ese camino. Concluida la tradicional vendimia de septiembre, ambos productores coinciden en destacar que el verano caluroso que acabamos de pasar ha sido beneficioso para el cultivo: “La calidad de la cosecha se ha visto favorecida”, asegura la enóloga de Bodega Hortanza. La valoración en Liébana es similar: “La uva de esta temporada, por el calor y la poca humedad que ha hecho, está sana, no ha sufrido ataques de hongos, como el mildiu y el oídio, tiene buena calidad y una cantidad aceptable”, asegura Ángel Moreno.
De momento la recogida de la uva se sigue realizando por las familias y su entorno, y no es ajena a cierto ambiente festivo . Según la experiencia de Ángel, la recogida de la uva es un trabajo tradicional en la zona, y un motivo de celebración: “Nos reunimos, amigos, familia y clientes para disfrutar tanto del trabajo como del ocio”. La forma de encarar la vendimia, además de ese componente tradicional y festivo, es también indicativa del pequeño tamaño de las explotaciones y el modesto volumen de empleo que genera hoy por hoy el cultivo de la vid y la elaboración de vino. Pero las cosas podrían cambiar si los esfuerzos por reavivar este cultivo siguen dando resultados. “Trabajadores con experiencia en el sector hay muy pocos, pero es normal. Con el tiempo habrá más, pues el sector está en desarrollo y avanzando hacia una industria consolidada”, asegura Irene Rodríguez.