“La crisis ya ha pasado, lo preocupante son sus consecuencias”

Carlos Marichal, profesor del Centro de Estudios Históricos en el Colegio de México, es el primero de los ocho investigadores invitados por la Universidad de Cantabria en el marco de su programa de captación de talento internacional. El historiador financiero, que ha dedicado gran parte de su obra a estudiar las crisis económicas, da por concluida la iniciada en 2008, pero cree que su rastro perdurará si no se toman las decisiones adecuadas

Texto de José R. Esquiaga @josesquiaga Fotos de Nacho Cubero
Publicado en junio de 2014

En su condición de historiador financiero, Carlos Marichal Salinas ha dedicado gran parte de su tiempo al estudio de las crisis económicas, campo en el que es un reconocido experto. Nacido en Estados Unidos, país en el que completó toda su formación y cuya nacionalidad comparte con la mexicana, ha sido espectador privilegiado de la situación económica de América Latina y de la relación de estos países con su poderoso vecino del norte. Desde esa posición, marca distancias a quien busca paralelismos entre las crisis de deuda que vivió el subcontinente en los años ochenta y la situación por la que pasan hoy los países del sur de Europa, aunque considera que sí hay referencias que tomar en consideración, y que otro tanto puede suceder si comparamos la crisis de 2008 con la de 1929. La principal, que lo peor de la gran depresión, de la reciente gran recesión o de la crisis de deuda latinoamericana es su rastro, unas consecuencias que pueden tener forma de guerra mundial o, sin llegar a ese extremo, de un deterioro de las condiciones sociales, económicas y humanas con efectos que pueden llegar a convertirse en crónicos.

Pregunta.- ¿Qué aporta el estudio de las crisis pasadas, es posible extraer lecciones válidas para las situaciones de hoy, o las que vayan a producirse en el futuro?
Respuesta.- Lo que podemos es intentar establecer una secuencia, establecer si las crisis son inherentes y si podemos establecer una pauta en el tiempo sobre ellas, fijar una periodicidad.

P.- ¿Y qué conclusión podemos sacar?
R.- Encuentro que, efectivamente, las crisis son inherentes al funcionamiento del sistema económico. Podríamos decir que es así desde hace casi cuatro siglos, aunque las crisis de los siglos XVII o XVIII serían precapitalistas. Empiezan a tener otras características en el siglo XIX, y ahí es donde podemos buscar referencias y pautas más válidas para lo que acontece hoy.

P.- Hablemos de esas referencias.
R.- Tras la crisis de 2008 se despertó el interés por buscar situaciones similares que se hubieran dado en el pasado. Un primer gran estudio lo hizo el Banco Mundial, que cuantificó que había habido unas 120 crisis bancarias, bursátiles, hipotecarias, de deuda… desde 1980 hasta 2008. Pero las crisis globales, que es de lo que aquí hablamos, son mucho menos frecuentes. Son eventos de magnitud superior a la norma, que reflejan ya no un problema doméstico, local, sino una interacción de problemas. La primera gran crisis de este tipo que yo he identificado se produjo en 1873, luego tenemos la de 1929-1932 y, tras esta, la que acabamos de pasar de 2008. Por medio ha habido muchas crisis menores.

P.- Me llama la atención que hable de la crisis de 2008 en pasado. ¿La da ya por superada?
R.- A nivel mundial, la mayor parte de los observadores sostienen que la crisis del 2008 ya pasó. Es cierto que sigue siendo un problema severo en Europa, especialmente en la Europa del sur, pero ahí ya estamos hablando de otra cosa. La crisis global ha pasado, lo preocupante son sus consecuencias, que siguen ahí, que no sabemos dónde nos llevarán y que pueden ser duraderas. Eso ha sido así en otros momentos históricos, y en ocasiones con efectos catastróficos. Pensemos que la crisis de 1929-32 tuvo como efecto último la Segunda Guerra Mundial, la mayor catástrofe que ha vivido la humanidad. En el caso de la crisis de 2008, las consecuencias duraderas se están dando en el empleo. La recuperación de ese empleo es el mayor problema al que se enfrentan las autoridades, tanto de Gobierno como bancos centrales y empresas. Hubo una respuesta a la crisis, pero no está habiéndola frente a sus consecuencias.

P.- A diferencia, sostiene usted, de lo que sucedió en 1929.
R.- En efecto. Entonces la respuesta fue no intervenir. Bancos centrales y gobiernos no actuaron. La crisis, que había comenzado siendo bursátil, se convirtió en crisis bancaria, con contracción del crédito, reducción del comercio internacional, bajada de la producción y aumento del desempleo. Las respuestas a todo esto, cuando las hubo, fueron fallidas. De esa experiencia de no intervención, que llevó a cuatro años sucesivos de caída de la economía, se aprendieron lecciones, que son las que se aplicaron en 2008. Nunca ha habido una intervención tan masiva, tan coordinada. Por una parte la mayor crisis financiera, pero también la mayor intervención, la respuesta más proactiva, anticíclica, de la historia.

P.- Pero en la Gran Depresión, aunque no hubo esa intervención inicial, terminaron por adoptarse políticas de expansión, de estímulo de la economía. Eso es lo que se reclama hoy en Europa.
R.- En el caso de la Gran Depresión hay que considerar que durante cuatro años se destruyó empleo, hasta el punto de que en EEUU y en Alemania se alcanzaban tasas del 25% de paro. Es mucho más de lo que se alcanzó en 2008. En aquella ocasión los efectos sociales fueron más profundos, y eso está en el origen de las intervenciones posteriores a 1932. En la actual crisis también ha habido países que han adoptado una política de constante apoyo a la ampliación de crédito. En Japón, por ejemplo, ha tenido resultados parciales. Es evidente que en la Europa del sur esto no se ha hecho, por las límites muy marcados que tiene el Banco Central Europeo, muy diferentes a los de la Reserva Federal. Con la oposición del Bundesbank a la compra de deuda por parte del BCE, la capacidad de maniobra se limita extraordinariamente. Es un juego muy complejo, en el que Draghi tiene que ver qué instrumento puede sacarse de la manga para activar la economía, sin molestar a Alemania.
P.- Es el choque entre los intereses de la Europa del norte y la Europa del sur.
R.- En términos políticos es evidente que, en efecto, existe esa disparidad de intereses. En términos económicos los intereses son los mismos, y sorprende que eso no se vea. La integración económica existe y los países europeos dependen los unos de los otros de una manera fundamental, los del norte de los del sur y viceversa. Cuando se habla de las exportaciones, gran parte son dentro de la propia Europa. Lo mismo sucede con los movimientos de capitales. Europa está integrada, pero las políticas no. El BCE no consigue convertirse en un actor capaz de coordinar las políticas económicas y me temo que eso va a seguir, es inherente a lo que es la UE.

P.- Hablaba usted del drama que supusieron las cifras de desempleo de la crisis del 29 en EE UU y Alemania. Son las mismas que tenemos hoy en España.
R.- Exactamente. El caso del desempleo español es excepcional, digno de estudio. El drama que vive España actualmente es mayúsculo, tanto que obliga a pensar las cosas de otra manera. Ahora mismo el desempleo no es un problema secundario en términos económicos, es el principal problema. No estoy seguro de que esto se esté viendo así por parte de los responsables políticos europeos.

P.- Usted ha estudiado a fondo las crisis de la deuda externa de América Latina en los ochenta. Los países del sur de Europa estamos viviendo ahora nuestra propia crisis de deuda.
R.- No es fácil hacer paralelismos entre los dos momentos. La crisis de las deudas soberanas latinoamericanas de 1982 fue también una crisis global, que afectó a la banca internacional. En cierto sentido fue la primera de las crisis globales recientes, aunque no tan profunda como la última. El problema de fondo era la incapacidad de los gobiernos para pagar sus deudas, en parte por malas estrategias económicas, pero en parte porque había que hacerlo en una moneda extranjera. Moneda extranjera que sólo podía conseguirse a través de superávits en comercio exterior o a través de nuevos préstamos. Esta última opción se convirtió en imposible tras 1982, y los superávits comerciales eran difíciles de obtener para estas economías. El resultado es que los países quiebran. Un primer contraste entre la situación de aquella época y la actual es que el servicio de la deuda era mucho más alto proporcionalmente que ahora, que las tasas de interés son más bajas. El diferencial entre la deuda española y la alemana está bajando y los gobiernos tienen un margen, incluyendo el español, que entonces no tenían: pueden contratar nueva deuda, y los inversores la compran, porque confían en que se pueda pagar. Son momentos muy diferentes, lo que no significa que no haya algunos paralelos, sobre todo en lo que tiene que ver con la renegociación de la deuda y la intervención de actores externos y gobiernos extranjeros, que impusieron reformas y recortes drásticos.

P.- En efecto, esta última parte nos suena.
R.- En la crisis de México de 1982 los grandes actores fueron el Gobierno de EE UU, el Fondo Monetario y algunos otros organismos multilaterales que trataron de orquestar ese rescate. Eso se repitió después en el 84, en el 86, en el 88… Algo similar, en efecto, a lo que ha podido suceder con Grecia, por ejemplo. El resultado es que los países latinoamericanos vivieron una época terrible, con una reducción absoluta y drástica de los ingresos reales: los salarios se situaron en el 20% de lo que habían sido, medidos en moneda extranjera. Hubo una serie de ajustes terribles, estructurales, en materia de sanidad, educación o pensiones. Esa época sí tiene lecciones en lo que se refiere a hoy. La necesidad de un ajuste estructural y cómo se puede llevar a cabo sin que haya una década perdida como sucedió en el caso de América Latina. Se bajó el crecimiento económico, que pasó a negativo durante muchos años, y se produjeron enormes pérdidas, costes económicos y sociales, humanos incluso. Cuando se analiza la crisis sólo desde el punto de vista financiero se dice, bueno, la crisis pasó, hubo una respuesta y se estabilizó el sistema. Es cierto, pero también lo es que las crisis tienen costes persistentes, de larga duración.

P.- La teoría es que recuperando la confianza de los mercados, vuelve a fluir el crédito, la economía crece y se crea empleo.
R.- En efecto, pero cuando hablo de costes persistentes no me estoy refiriendo sólo al empleo. En México, por ejemplo, la mayor parte de la población se ha acostumbrado a vivir con la crisis, a sufrirla, y eso es muy triste. Quizá para las autoridades económicas y políticas, o para las empresas, ha sido una ventaja esa capacidad de aguante, la paciencia de la población, pero para la sociedad no ha sido positivo. Hay elementos como la calidad de la educación, la calidad de la salud, las pensiones, que como consecuencia de la crisis de 1982 se han resentido enormemente. De esas consecuencias es de lo que hablo. Insisto en que hay un exceso de atención a la cuestión financiera, y se dedica mucho menos tiempo a pensar en qué modelo económico queremos para enfrentar la postcrisis, y la economía globalizada en la que nos moveremos.

P.- La estrategia elegida parece ser la devaluación interna, contener o incluso rebajar los salarios para que las empresas sean más competitivas.
R.- ¿Pero a dónde nos lleva eso? ¿A qué nivel vamos a rebajar los salarios? China es la gran competidora, y es imposible que los salarios europeos bajen a ese nivel. Como respuesta, no me parece una solución, salvo en algún sector muy concreto donde los fabricantes chinos no son competitivos. La cuestión es esa, cuán competitivas pueden ser las empresas españolas, y si son capaces de serlo con salarios europeos. Como digo, hay sectores en los que demuestran que son capaces. Hay otra cuestión a considerar, y es que la economía española está beneficiándose mucho de las remesas que están remitiendo sus empresas en América Latina, es una situación que no se había dado en otros momentos, pero que tampoco puede seguir indefinidamente.

P.- Hablaba hace un momento del riesgo de acostumbrarse a la crisis, y del problema de que los recortes deriven en problemas estructurales. ¿Tiene la sensación de que eso puede llegar a suceder en Europa?
R.- Eso es lo que tendría que resolver ese debate sobre el modelo económico que considero imprescindible. Uno piensa que en Europa hay políticas sociales, y que están en pie. He leído que aquí en España son los abuelos, con sus pensiones, quienes están ayudando a los jóvenes, sosteniendo a las familias, lo que es bueno en términos sociales y económicos. En Latinoamérica es una situación impensable, porque la crisis del 82 barrió el valor de las pensiones, que hoy son muy bajas. Eso es un problema dramático. La calidad de la educación pública en América Latina ha caído de manera dramática… Son los costes de la crisis, los efectos a largo plazo, de los que muchas veces no se habla lo suficiente.

P.- América está siendo ahora destino de la emigración de muchos jóvenes españole. ¿Cómo se está viendo ese fenómeno desde el otro lado del Atlántico?
R.- En la mayor parte de América Latina la emigración que está llegando es una emigración de gente formada, que no compite con el obrero local, sino con técnicos y profesionales. En el empleo cualificado existe una demanda de profesionales que no puede cubrirse con los naturales del país, en gran medida por las carencias del sistema educativo de las que hablaba hace un momento. ¿Cómo se está viviendo este fenómeno? De una forma natural, no he escuchado ninguna crítica a la llegada de españoles. Sé que ahora puede costar verlo de esta forma, pero la emigración es positiva para los jóvenes y también para España. Silicon Valley está lleno de ingenieros franceses, no de españoles, y sería bueno que los hubiera. Quien ha trabajado fuera de su país, en puestos de responsabilidad, vuelve con una experiencia valiosísima de la que también el país de origen se beneficia.