Marineros en todos los mares
A lo largo de su más de siglo y medio de vida, la empresa de los Yllera ha operado en todos los campos del negocio marítimo, operando como consignataria y como armadora y convirtiéndose en parte del paisaje de los muelles santanderinos.
Texto de Jose Ramón Esquiaga @josesquiaga. Publicado en junio 2000
Como para tantas otras empresas, la guerra civil marcó un antes y un después para el negocio de la familia Yllera. Concentrados hasta entonces en su labor como consignatarios y agentes de aduanas, la difícil posición en la que quedó España tras la contienda iba a hacer atractiva una actividad que hasta entonces no habían tocado, la de armadores. Para esos años, los primeros de la década de los cuarenta, la empresa de los Yllera estaba ya cercana a cumplir el siglo de vida, un tiempo durante el cual habían aprendido muchos de los secretos que encierra el ir y venir de los barcos pero poco, como tendrían ocasión de comprobar después, de todo lo que implicaba la posesión de un navío mercante. La empresa la había fundado en 1847 don Elías Yllera, un empresario al que su origen palentino no restaba un ápice de vocación marinera, una característica que compartía con muchos de los castellanos que por aquellos años se asentaron en Cantabria.
Siempre Cuba
El continuo vigilar del tránsito de mercancías con Cuba está en el origen del interés portuario de Elías Yllera, probablemente uno más entre los tratantes de la meseta que acercaban sus productos hasta los muelles santanderinos. Fueran los que fueran los motivos que impulsaran a don Elías –y no hay muchos detalles al respecto– lo cierto es que en la segunda mitad del siglo XIX la empresa ya se ha ganado un nombre y efectúa labores de consignación para varias líneas regulares que cubren el trayecto entre la capital de Cantabria y la última de las posesiones españolas en las Antillas. Paralelamente a esta actividad, la empresa actuaba como agente de aduanas, un negocio muy rentable en aquellos años pero que exigía una gran pericia para moverse por los laberintos de la burocracia. Posiblemente sea ahí donde haya que buscar las claves que llevaron a la empresa a comprar sus primeros barcos en los años cuarenta. El aislamiento internacional de España y los años de autarquía que siguieron a la guerra redujeron drásticamente el volumen de importaciones y exportaciones y, al mismo tiempo, pusieron trabas que hacían casi imposible la adquisición de medios para el transporte de mercancías, de tal manera que quien superara esos obstáculos y fuera capaz de hacerse con un camión, o con una embarcación, se encontraba con la posibilidad de entrar en un negocio en el que apenas existía competencia. Esa fue la oportunidad que quiso aprovechar don Angel Yllera, por entonces cabeza de una familia que, no hay que olvidarlo, conocía como nadie todos los entresijos de los despachos y el papeleo.
La construcción de los dos primeros barcos de la compañía, una pareja de arrastreros, es buen ejemplo de oportunidad, habilidad en los despachos y, finalmente, negocio. Para conseguir los permisos y los materiales necesarios para construir los dos barcos, el ‘Peña Labra’ y el ‘Peña Vieja’, los nuevos armadores tuvieron que movilizar todos sus recursos, recurriendo incluso a la compra de un molino de viento en Palencia para poder utilizar el cupo de hierro que les correspondía como molineros para la construcción de las bodegas de los pesqueros. Los barcos fueron un gran negocio, tanto por el rendimiento que dieron como por el dinero que se logró con su venta: seis millones de pesetas de entonces –apenas pasó un año desde su botadura hasta que cambiaron de manos– que fueron suficientes para adquirir los tres primeros mercantes propiamente dichos con que contó la compañía: el ‘Canopus’, el ‘Altair’ y el ‘Urgull’. Eran estos buques pequeños, sin doble fondo y con muy pocas condiciones marineras, pero que sirvieron para que don Angel y sus hijos tomaran contacto con un negocio que iba a ocupar a la empresa durante varias décadas.
De nuevo la venta de estos barcos va a proporcionar los fondos para comprar uno mayor, algo que va a convertirse en una constante para la naviera. El recién llegado, el ‘Astro’, era ya un mercante de 7.000 toneladas que dio a la compañía recursos suficientes para adquirir el ‘Yebala’, un petrolero reformado para transportar carga seca. A éste siguió el ‘Ave’ y a ambos el ‘Manuel Yllera’, que con sus 53.000 toneladas fue el mayor de los barcos con que contó la empresa.
Para entonces el negocio marítimo había cambiado mucho y las pequeñas compañías empezaban a ver comprometido su futuro. El ‘Manuel Yllera’, que transportó durante muchos años carbón para Ensidesa, trabajó en asociación con otros cuatro barcos de otras compañías, lo que le permitía competir por los mejores fletes. En todo caso cuando fue vendido, en 1982, el tiempo de las pequeñas navieras había pasado. Las cargas secas no aseguraban la rentabilidad necesaria y el futuro pasaba por los contenedores y las líneas regulares, algo que exigía unas inversiones que Yllera no podía realizar. Tras un tímido intento de operar en esos campos –se construyeron en 1976 dos cargueros polivalentes: el ‘Ave’, vendido en 1982, y el ‘Ángel’, perdido en el Mediterráneo a los pocos meses de su botadura– la empresa dejó los mares para concentrarse de nuevo en las actividades portuarias, una labor que, por otra parte, nunca había abandonado.
Tampoco faltan en este negocio, por más que carezca de la aureola exótica de la actividad naviera, las muestras de audacia de la empresa santanderina: los Yllera construyeron en el puerto de Santander el primer silo completamente automatizado, una instalación con capacidad para descargar 1.600 toneladas diarias de grano, una cantidad que por entonces se antojaba disparatada pero que el tamaño de los buques pronto dejó pequeña. Es esa labor de carga y descarga la que concentra hoy la actividad de la empresa, por más que a partir de la matriz primitiva nacieran después otras empresas –como la agencia de viajes– hoy independientes. Todas ellas mantienen viva la relación con el mar de quienes son, como el poeta, marineros en tierra.