“Falta claramente una política industrial seria en Cantabria”
Martín Vega Uribarri es desde 2011 la cara y la voz de los ingenieros industriales de Cantabria, un colectivo integrado por unos 550 profesionales que gozan, según defiende, de gran prestigio más allá de nuestras fronteras gracias a una amplia y sólida base de conocimientos que les faculta para adaptarse a la realidad cambiante de las empresas y asumir competencias en todo el ámbito industrial. Funcionario del Gobierno de Cantabria desde 1986, sostiene que su profesión seguirá estando presente en toda la cadena productiva, aunque augura que lo hará de una manera más activa en el área de la relación con el cliente, ya sea pre o post venta. Recién iniciado su tercer mandato, anuncia que trabajará por abrir aún más el Colegio a la sociedad y por atraer a los nuevos titulados. Crítico con el Ejecutivo cántabro, al que reclama que trate a la industria en primera instancia y de forma importante, exige más claridad y definición en los presupuestos regionales para eliminar incertidumbres en el sector y ansía la estabilidad institucional en España que permita al empresario ver hacia dónde va y cómo.
Manuel Casino | @mcasino8 | Enero 2020
Pregunta.– Uno de los objetivos que se ha marcado en esta su tercera etapa al frente del Colegio es el de promover la colegiación obligatoria, especialmente entre los profesionales que trabajan en la Administración pública. ¿Por qué?
Respuesta.– Porque técnicamente consideramos que la Administración que ordena las funciones de la sociedad debe tener un objetivo principalmente profesional y, por tanto, su actividad debe ser avalada por profesionales colegiados. No podemos olvidar que los informes que estos elaboran tienen valor pericial y resolutivo para el ciudadano, que deben tener a su vez garantía de que estos dictámenes no repercutirán en una mala acción.
P.– Sin embargo, esta colegiación obligatoria choca con los criterios que desde hace años sostiene la CNMC, organismo regulador que en reiteradas ocasiones ha manifestado su oposición a este requisito al entender que restringe la libre competencia en tanto en cuanto no se reforme la Ley de Servicios. ¿Es este también su caso?
R.– Sí, claro. El problema fundamental radica en que España es el único país en el que los colegios son considerados entidades de derecho público colaboradoras de la Administración para garantizar los trabajos técnicos de diferentes profesiones vinculadas a la seguridad. En tanto que en el resto de países europeos lo que existen son asociaciones profesionales. En estas circunstancias puede parecer que somos más intervencionistas pero lo cierto es que, en la realidad actual, los colegios somos hermanos gemelos de esas asociaciones profesionales de otros países. Puede que cuando se crearon en la década de los 50 tuvieran esa connotación de actividad cerrada, pero en este momento no se da está condición restrictiva. Lo cierto es que estamos en una especie de limbo a la espera de que la Administración adapte los colegios profesionales a ese marco europeo. Desde que se aprobara la Ley de Servicios en 2009 ha habido dos o tres iniciativas para adecuarnos a esta realidad europea, pero en todos los casos, cuando llegaba el momento de tomar una decisión en firme, no se ha dado la oportunidad política para resolverlo. En cualquier caso, es claro que todos los colegios que no consigan la calificación de actividad regulada tenderán a desaparecer. Dicho esto, creo que el asociacionismo en este país está aún muy lejos de ser una actividad ordinaria en cuanto a su desarrollo.
P.– Colegas suyos critican la proliferación de titulaciones que llevan la palabra ingeniero, de las que hay cerca de cuatrocientas entre grado y máster y todos con nombres distintos. ¿Le preocupa esta realidad?
R.– Sí, nos preocupa terriblemente porque la sociedad, al final, no distingue entre unos y otros ingenieros. Y hay muchos. Parece que todos somos un mismo colectivo cuando obviamente no es así. Es verdad que tenemos un marco de competencias un tanto obsoleto y que las nuevas titulaciones universitarias surgidas para adaptarse a las nuevas realidades del mercado lo han hecho sin tener el apoyo legal de las competencias que les corresponden. El problema es que, al no estar ese marco de competencias bien definido, todos somos técnicos y titulados competentes. Hay que entender que el ingeniero industrial, a diferencia del técnico, tiene competencias en todo el ámbito industrial y, por tanto, no tiene que estar, como sí ocurre con aquel, vinculado a una especialidad determinada. Lo que ocurre, en la práctica, es que como es una guerra que nadie quiere asumir, esta manipulación de los términos se traduce en que el usuario de la calle no distingue entre unos y otros.
P.– Ser generalista. ¿Esa es la clave para entender su profesión?
R.– Bueno. La gran diferencia y la buena imagen que los ingenieros industriales españoles tenemos en el exterior es gracias a nuestra capacidad de adaptación en tiempo y conocimiento a cualquier ámbito o área de actividad: directivo, comercial, relación con los clientes, innovación, producción, tecnología… Ese es nuestro gran valor. Esta versatilidad y polivalencia nos hace, además, ser claves y muy eficaces para las pymes a la hora de buscar soluciones a los problemas. Ese es nuestro principal baluarte en Europa.
P.– Pero la ingeniería industrial, como tal titulación en España, apenas cuenta con equivalencias en cuanto a contenidos en otras partes del mundo. ¿Es exportable y sostenible el modelo español?
R.– Desde el propio Consejo General de Colegios Oficiales de Ingenieros Industriales lo que estamos planteando en todos los foros en los que participamos es la defensa de ese ingeniero generalista con una base de conocimientos amplia y sólida que le permite adaptarse a la realidad cambiante. Por eso creemos que nuestro marco de competencias es el ideal. Para las especialidades ya están los ingenieros técnicos u otras ingenierías específicas. Que nos dejen esa capacidad plurifuncional a nosotros, que en las pymes es fundamental.
P.– ¿Cuál será el sector o actividad empresarial en la que mejor se moverá el ingeniero industrial en un futuro?
R.– Hoy en día las producciones cada vez son más cortas y singularizadas, mientras que las ventas están más tecnificadas. Por eso entiendo que, aunque seguiremos estando presentes en toda la cadena productiva, lo haremos de una manera más activa en el ámbito de la relación con el cliente, ya sea pre o post venta.
P.– El Programa de Orientación Profesional (POP) puesto en marcha el pasado curso por el Colegio y la Escuela Técnico Superior de Ingenieros Industriales y de Telecomunicaciones de la Universidad de Cantabria se ha demostrado como una herramienta muy útil para conectar universidad y empresa. ¿Satisfecho de la respuesta que esta iniciativa ha tenido en el mundo empresarial?
R.¬ Sí. Realmente el POP nos ha permitido acercarnos a la universidad y también a la empresa, aunque debo reconocer que nuestra intención inicial era fundamentalmente que los alumnos de último año conocieran el colegio. Estamos realmente satisfechos porque este programa permite que los proyectos de fin de carrera tengan una vida real y de ejecución inmediata. Que los trabajos que estos alumnos desarrollan sirvan para algo, porque así se los plantean las empresas participantes.
P.¬ Ingeniería industrial es una de profesiones con mayor nivel de empleabilidad. Sin embargo, no son muchos los estudiantes que optan por seguir estos estudios. ¿A qué achaca este escaso interés que despierta entre los jóvenes estudiantes?
R.– Tenemos un problema generacional. Estimo que las nuevas tecnologías, las redes sociales y el móvil nos han llevado a una falta de interés por las cosas. Lo tenemos todo tan al alcance de la mano que no nos comprometemos. Vemos la vida excesivamente fácil. Y como el objetivo final es tener una carrera, los estudiantes optan por otras más cómodas. Las ingenierías, en este sentido, no son evidentemente de las más apetecibles.
P.– ¿En qué aspecto considera que el colegio tiene más margen de mejora?
R.– Para el Colegio lo fundamental son sus colegiados. En este sentido, necesitamos tener más capacidad participativa y mayor poder de atracción para los nuevos titulados. Y, por supuesto, abrirnos a la sociedad.
P.– A lo largo de las últimas semanas se han acumulado las malas noticias sobre el sector industrial en Cantabria. ¿La industria necesita mucho más apoyo público, tal y como demandan algunos actores?
R.– Sí. La industria tiene que ser tratada en primera instancia y de forma importante. Si miramos los presupuestos de Cantabria de 2020, ¿hay alguna partida que hable de empresa? ¿Con qué partidas vamos a contar para la industria? Creo que falta claramente una política industrial seria. Las subvenciones están muy bien para desarrollar actividades ya en marcha y ampliar su calidad, pero el problema estriba en la capacidad de atracción de nuevas empresas y de poner en el mercado lo que producen las ya existentes. El presidente de Cantabria ha dicho que va a presentar un plan industrial para 2030. Me temo que pasará como con todos los planes plurianuales, que al final se quedan en cuatro acciones puntuales de pequeño calado. ¿En qué hemos convertido los polígonos industriales? En espacios para grandes almacenes de distribución y pequeños talleres, pero industria como tal, no hay nada. Creo sinceramente que los políticos no demuestran un interés activo por el sector industrial.
P.– Ya que lo menciona, el consejero Innovación, Industria, Transporte y Comercio ha calificado de “transición” el presupuesto de algo más de 85 millones de euros con el que contará su departamento en 2020 ¿Estas son las cuentas que necesita la industria de Cantabria?
R.– El problema no son los 85 millones sino saber qué parte va a ir destinada a la innovación o a la atracción de empresas y al desarrollo de nuevos productos o tecnologías ya existentes. Que nos lo digan. Necesitamos saberlo y el empresario lo está esperando.
P.– Según el último barómetro industrial, el 60% de sus colegas de profesión considera que la situación de la industria en la región es mala o muy mala. ¿Qué opina usted?
R.– No, hombre. Yo soy más optimista. Es evidente que ahora atravesamos un mal momento, que entiendo es transitorio y que tiene una connotación política importante, que deja al empresario en una situación de absoluta incertidumbre. Estamos en un ‘impasse’ a la espera de ver qué ocurre en España. No puedes mirar al Gobierno de Cantabria sin el reflejo del de Madrid. Necesitamos un gobierno que aporte estabilidad al sistema y que permita al empresario ver hacia dónde va y cómo. Dicho esto, y reconociendo que estamos ante una ralentización de la economía, me parece que en alguna medida las empresas están aprovechando la oportunidad para hacer ajustes en sus plantillas. En situaciones de incertidumbre política los expedientes de regulación de empleo se aprueban. Si el escenario fuera diferente, seguramente se hubieran planteado otras opciones. En cualquier caso, en Cantabria hay muchas pymes que están funcionando muy bien.
P.– Cantabria es una de las seis comunidades españolas en la que el peso de la industria se sitúa por encima del 20% del PIB que fija como objetivo la Unión Europea para 2020. ¿Cuáles deben ser los pilares para hacer del sector industrial el motor de la economía regional?
R.– Lo ideal es atraer empresas no contaminantes y ayudar a las siderúrgicas en su transición hacia el nuevo modelo energético. Más no podemos hacer. No cabe duda que una crisis industrial tendría una repercusión social muy importante, sobre todo en el empleo. A diferencia de los años 80 y 90, cuando había una economía mixta, si ahora se produjera una crisis en la industria no habría ningún otro sector capaz de absorber el excedente de mano de obra resultante. El turismo no va a poder colocarlos.
P.– Distintos informes señalan que la industria 4.0 continúa siendo una de las grandes asignaturas pendientes del sector industrial. ¿Lo cree así también?
R.– Sí, sí. En parte también porque el empresario está expectante a ver qué momento es el oportuno para arrancar este proceso. Y ahí es donde más necesita el apoyo de la Administración. Si lo encontrase de forma sólida, estoy convencido de que el ritmo de implantación de la industria 4.0 sería otro bien distinto. Aquí es donde Sodercan debe desempeñar un papel fundamental. No está para dar subvenciones, sino para la promoción e implantación de empresas, aunque las subvenciones puedan ser una de sus herramientas. Creo, en este sentido, que esta sociedad pública debería tener una plantilla más técnica y adaptada a las necesidades de la industria.
P.– El sector de la automoción es responsable de más de una cuarta parte del PIB industrial de Cantabria. ¿Cree que las incertidumbres que pesan sobre el futuro del automóvil pueden comprometer este protagonismo dentro de la industria regional? O dicho de otro modo ¿Juzga que la economía regional depende en demasía de este sector?
R.– Lo ideal sería tener un sector más diversificado. Pero Cantabria cuenta con un subsector auxiliar de automoción muy importante y reconocido desde hace cien años que seguramente sabrá adaptarse a las nuevas circunstancias de producción. Con todo, creo que el resbalón político del Gobierno de España con el diésel ha sido excesivo y un auténtico mazazo para el sector. Nunca he conocido un cambIo sustancial de un proceso productivo en un plazo tan corto, tan exhaustivo y tan inmediato como el planteado por el Ejecutivo central. Pero es verdad que la nueva tipología de vehículos nos va a llevar a un periodo de readaptación que seguramente tendrá una mayor incidencia en las empresas siderometalúrgicas, de matricería y fundición.
P.– La industria depende en gran medida de las decisiones futuras que el Gobierno de España adopte en materia laboral, fiscal y energética. ¿Cuál de ellas le preocupa a usted más?
R.– Singularmente la energética porque tiene una repercusión decisiva en los costes de producción. Y también la laboral, un ámbito en el que los sindicatos tendrán que hacer sus equilibrios para adaptarse. La fiscal, al final, depende de la oportunidad política.
P.– ¿El cambio climático marcará la agenda industrial en los próximos años?
R.– Bien. Es evidente que la industria va a tener que adaptarse en materia de vertidos y de una producción más eficiente y sostenible. De hecho, ya lo está haciendo. Y eso incidirá directamente en los costes. El ritmo al que se haga este proceso lo marcarán al final los políticos. La industria se ha ido adaptando toda la vida. El problema radica en que se promueven muchas normas pero se cumplen muy pocas. Cuando surge un problema, publicamos una normativa pero en ningún caso con un procedimiento de comprobación de si efectivamente se cumple o no se cumple. Y así estamos siempre.