Fiebre de zinc
El anuncio de la posible reapertura de la mina de Reocín, y las cifras de inversión, empleo y reservas de mineral que se han puesto sobre la mesa han alimentado unas expectativas que, por lo elevado de las miras, están condenadas a chocar con una realidad que forzosamente será mucho más modesta. El proyecto presenta además algunas incógnitas que hacen dudar sobre lo ajustado de las previsiones: los cálculos se han realizado a partir de catas hechas por la antigua concesionaria, que descartó continuar con la explotación pese a conocer que existían esas reservas que, de cualquier forma y según recuerdan quienes tuvieron puestos de responsabilidad en la mina, en ningún caso alcanzarían las cifras de las que se ha estado hablando.
José Ramón Esquiaga | @josesquiaga | Marzo 2017
Como cumpliendo el tópico que se asocia a los grandes descubrimientos mineros, el anuncio de la posible reapertura de la mina de Reocín ha ido elevando la temperatura de las expectativas hasta niveles cercanos a lo febril. Lo llamativo en este caso es que no ha aparecido ninguna veta que no se conociese con anterioridad, y que hablamos de una explotación que se cerró hace más de una década por no considerarse rentable la extracción del zinc que allí quedaba. El aumento en la cotización que esta materia prima ha alcanzado en los mercados internacionales, unida a la mejora en las técnicas de extracción, explicaría que lo que entonces se descartó pueda ser ahora viable, pero está lejos de despejar todas las incógnitas que rodean a este asunto. Las mayores tienen que ver con lo desmesurado de las cifras que se manejan, que situarían a la mina de zinc de Reocín en una posición de liderazgo dentro de aquellas que explotan yacimientos de este mineral en cualquier punto del mundo.
Lo que se conoce del proyecto de reapertura de la mina tiene su origen en el informe elaborado por una de las empresas interesadas en la futura explotación –la canadiense Emerita Resource–, un documento remitido al Gobierno regional y cuyas grandes cifras ha publicado ‘El Diario Montañés’. Lo de grandes cifras no es en este caso solo una forma de hablar: las previsiones contemplan extraer más de 20 millones de toneladas de zinc durante los próximos veinte años, lo que supondría que produciría el 7% del total de zinc que se extrae en el mundo. Esa cifra de los 20 millones de toneladas es también la que se ha usado como referencia para calcular el impacto que la reapertura de la mina tendría en la economía de Cantabria. Con los precios actuales del zinc, un millón de toneladas al año suponen más de 2.500 millones de euros por ejercicio, el 22% del PIB anual de Cantabria. Ahí es donde aparecen todas las dudas sobre la iniciativa, y por un doble motivo: a esa cifra se llega sin que se haya hecho ninguna investigación nueva y, sobre todo, el dato se mueve en unas cotas incongruentes con la propia historia de la mina de Reocín.
Escepticismo
Quienes tuvieron cargos de responsabilidad en la antigua explotación son, de hecho, quienes más escépticos se muestran en relación con lo que ha venido publicándose del proyecto. Un dato que recoge la antigua Azsa en su web avala sus recelos: en los casi 150 años que la mina permaneció abierta se extrajeron 7,3 millones de toneladas de concentrado de zinc, menos de la mitad de lo que ahora se dice que se va a sacar en un par de décadas. Desafía toda lógica que la antigua concesionaria descartara explotar una veta de esas dimensiones, pero si tenemos en cuenta que la base del informe realizado por la empresa canadiense es la documentación de la propia Azsa, habría que pensar que eso es realmente lo que hizo. “Las cifras de las que se está hablando no tienen ninguna lógica. Se está confundiendo todo, las toneladas que se extraen y el concentrado de zinc que hay en ellas. Qué más quisiéramos todos los que hemos trabajado en la mina que se vuelva a abrir, y que hubiera 20 toneladas, o 200, pero la realidad es que no las hay. Y las que hay no están en Reocín”.
Quien así habla es un antiguo ingeniero que tuvo puestos de responsabilidad en la mina, y que prefiere que no se mencione su nombre. Como no podía ser de otra forma, confirma que el asunto de la reapertura protagoniza las conversaciones que mantiene con sus antiguos compañeros, a los que sigue viendo en sus paseos por Torrelavega. En todos ellos detecta esa misma combinación de ilusión y recelo que él mismo experimenta al hablar del proyecto. Sobre lo que no albergan dudas es sobre lo desatinado de las previsiones en cuanto a la cantidad de reservas existentes, aunque aventura una posible explicación acerca del origen del cálculo: “Nosotros hicimos sondeos en la zona de Yuso, y calculamos que allí podría haber más de 20 millones de toneladas con una concentración del 5%. La vena tenía una inclinación de entre 20 y 25 grados, y se adentraba bajo el mar. Además pasaba cerca de las cuevas de Altamira. Extraerlo suponía enormes problemas técnicos y medioambientales y lo descartamos. No sé si las reservas que se citan en los informes son estas, pero si lo son no suponen las cantidades de zinc de las que se está hablando. Y están en Santillana del Mar, no en Reocín”, apunta el antiguo ingeniero de Azsa.
La cuestión de a qué se está llamando zinc, o concentrado de zinc, puede estar en el origen del baile de cifras, y de la incongruencia entre las previsiones que han salido en la prensa y el histórico de mineral extraído de Reocín, que hay que recordar que fue en su día una de las minas más productivas del mundo. Lo que se extrae en un primer momento de una explotación como la de Reocín, explica José Ramón Berasategui, presidente de la Cámara Oficial Minera de Cantabria y director del Área de Explotación de Minas de la Universidad de Cantabria, es blenda, sulfuro de zinc. “A partir de ahí habrá que ver qué ley tiene esa vena, que puede ser de un 6%, que era lo habitual en Reocín y era mucho, o de un 2%. Lógicamente eso es fundamental, porque el resto, el noventa y tantos por ciento de lo que se saque, es ganga, un residuo que no sirve siquiera como subproducto”, explica.
No serían 20 millones
Aunque todavía habría que hacer otros cálculos, eso significa que una vena con una concentración del 5% como la identificada en los antiguos sondeos de Azsa, supone que como máximo ese sería el concentrado de zinc que podría extraerse de ella. Esto es, los más de veinte millones de blenda localizados en la zona de Yuso supondrían en torno a un millón de toneladas de concentrado de zinc. Sobre esa cantidad es sobre la que habría que calcular el valor de lo extraído, y lo que ello aportaría a la economía de Cantabria, o al tráfico del puerto de Santander. El resto es un residuo.
¿Pero los 20 millones de la veta de Yuso y los 20 millones de zinc de los que habla el informe de Emérita Resource son la misma cosa, o la empresa canadiense ha encontrado un yacimiento distinto? Esto último es técnicamente imposible, por cuanto para efectuar cualquier nueva cata o sondeo sería necesario contar con la correspondiente concesión, algo que no se ha producido. Preguntados por esta revista, desde la Consejería de Industria del Gobierno de Cantabria se recuerda que todas las cifras del informe proceden de la empresa canadiense, y que no están en condiciones ni de ponerlas en duda, ni de confirmarlas. Sobre su origen apuntan a una dirección que podría avalar que se está hablando, en efecto, de la veta de Yuso: Emérita Resource basaría sus cálculos en estudios procedentes del fondo documental de la mina de Reocín que custodia la Escuela de Ingeniería de Minas de la Universidad de Cantabria, y que están a disposición de cualquiera que quiera consultarlos.
Julio Manuel de Luis dirige la Escuela de Ingeniería de Minas, que tiene su sede en Torrelavega y cuyo nacimiento está muy vinculado a la mina de Reocín. No conoce el informe elaborado por la empresa canadiense y tampoco ha tenido un contacto directo con sus responsables –”no nos han trasladado el estudio, ni hablado con nosotros, pero tampoco tienen por qué hacerlo”, señala– aunque sí le consta que han consultado el fondo documental: “En efecto, han estado trabajando sobre los informes que hizo en su día Azsa, y entiendo que ahí sí puede haber información que avale su interés. Pero lo que es verdad es que nadie acometería una inversión como de la que se está hablando solo a partir de eso”, explica De Luis, que por otro lado se muestra muy respetuoso con la labor y el posible proyecto que surja de ahí: “Ahora mismo no tenemos información suficiente como para contrastar los datos que se mencionan, pero en todo caso la posible reapertura de la instalación nos parece un proyecto muy ilusionante”.
Entre las dudas a despejar, el director de la Escuela de Minas menciona la cuestión de la cantidad de las reservas, en las que en efecto cree que puede estar hablándose del total de mineral extraído, y no del concentrado de zinc. Porque admite que sería difícil entender que la empresa que explotó la mina hasta 2002 se dejara ahí unas reservas de esa cuantía, por muy baja que fuese entonces la cotización del mineral. La subida de los precios, que se movían en el entorno de los 700 dólares por tonelada cuando cerró la mina, es uno de los principales argumentos para respaldar la rentabilidad que tendría hoy la explotación. El zinc cerró febrero cotizando cerca de los 3.000 dólares por tonelada, lejos del dato de entonces, pero también de los máximos que marcó hace una década, cuando llegó a rozar los 4.500 dólares. Esta volatilidad, habitual en los grandes mercados internacionales de materias primas, es precisamente el principal condicionante a la hora de valorar el precio del mineral como factor decisivo para la rentabilidad de la explotación. El otro elemento que se pone sobre la mesa es la mejora de las técnicas de extracción, que aumentarían la productividad por encima de la que existía en los años del cambio de siglo, y en una medida que haría rentable lo que entonces no lo era.
“Es cierto que las técnicas han cambiado, pero no tanto en la extracción del mineral como en la forma de obtener el zinc a partir de este. Los procesos son ahora mucho más eficaces”, señala Julio Manuel de Luis. De nuevo, y al igual que en el caso de la existencia o no de reservas, el director de la Escuela de Minas de Torrelavega no cuenta con la información necesaria para saber si esa mejora de la productividad sería suficiente como para garantizar la rentabilidad de la mina. “La clave es saber dónde está ese mineral, y eso no lo sabremos mientras no se haga la correspondiente investigación”, apunta.
Incluso si de lo que se está hablando es de la vena de blenda que ya conocía Azsa, la investigación es imprescindible por cuanto, como recuerda el antiguo ingeniero de Reocín, aquellos sondeos permiten solo hacerse una idea inicial de lo que allí puede haber. “La capa no era continua, y se adentraba en el mar hacia el oeste. Como referencia, nosotros en Reocín hacíamos sondeos cada 80 metros para conocer realmente las características de una veta”.
El asunto de la investigación remite de forma directa a la cuestión de las fases que debe cubrir un proyecto como el que se plantea para Reocín, y de los plazos de tiempo que deberán pasar antes de que se puedan confrontar las actuales expectativas con la realidad de una explotación minera, tenga esta las características y el potencial que tenga. La ley de minas, recuerda José Ramón Berasategui, marca tres etapas para la puesta en marcha de un proyecto como este: la exploración, la investigación y la explotación. Cada uno de ellos tendrá que salir a concurso, y las empresas que concurran deberán demostrar su capacidad técnica y económica para acometer los trabajos, con un compromiso de inversión y de ejecución de obra. La primera fase es la que podría salir a concurso en fechas más o menos próximas, y según los cálculos del presidente de la Cámara Minera se prolongaría durante un año y medio o dos años. Solo a partir de ese momento se podría dar respuesta a las preguntas de las que dependerá que se abran o no las siguientes fases: cuánto mineral hay y con qué concentración de zinc, dónde está y cuánto costará extraerlo. Mientras eso siga sin saberse, y hoy no se conoce, las expectativas de negocio son solo eso, expectativas. Tan espléndidas como suelen ser las que alimentan los sueños de los buscadores de oro, pero también tan frágiles como una cántara de leche camino del mercado.