Robles y sajas, las monedas cercanas

En España funcionan unas setenta monedas locales, también conocidas como monedas complementarias que, como el euro, se utilizan como instrumento de pago para el intercambio de mercancías y trabajo, pero en ámbitos geográficos pequeños y con el objetivo último de favorecer un desarrollo económico basado en principios éticos. En Cantabria circulan dos de ellas, con las que se compran y venden los productos y servicios que ofrecen los miembros de la red de intercambio: productos ecológicos sobre todo, pero también servicios como el cuidado de personas o el transporte pueden pagarse con robles y sajas.

Texto de J. Carlos Arrondo @jcrlsam

La Red de Intercambio El Roble nació a finales de 2013. Cuando en mayo de ese año, en Laredo, sus miembros fundacionales se reunieron por primera vez aún no sabían que acabarían creando una moneda complementaria al euro. En un contexto económico y social azotado por la crisis, había en el ambiente ganas de hacer cosas, aun no sabiendo exactamente qué. Uno de aquellos pioneros, Elson –todos los que intervienen en este reportaje han preferido utilizar solo su nombre de pila, como una forma, explican, de eludir cualquier protagonismo– lo recuerda ahora: “Teníamos una inquietud por intentar organizar algo que supusiera un cambio en esa situación, pero no sabíamos muy bien cómo articularlo”. A pesar de que se presentaron algunas ideas, ninguna de ellas llegó a concretarse. Salieron de la reunión sin tomar ninguna decisión y fue la curiosidad por las exitosas experiencias de algunas monedas locales en España lo que les llevó a dirigir sus pasos hacia ese terreno. Así comenzó a organizarse una red de intercambio de productos y de servicios en la que los pagos se hacían en una moneda propia: el roble. Actualmente cuenta con algo más de cien miembros, la mayor parte de ellos de diferentes localidades de la comarca oriental de Cantabria, y es una de las dos monedas alternativas que funcionan en la región.

El origen de la Red de Intercambio Solidario Saja, en 2014, fue similar. Sus promotores compartían un interés común por organizarse en un grupo de apoyo mutuo, la solidaridad y el desarrollo de las relaciones sociales. Inicialmente valoraron la posibilidad de canalizar dichas inquietudes en un banco del tiempo, es decir, un intercambio de servicios en el que la unidad de pago no es dinero sino horas de trabajo, pero finalmente descartaron la idea. Los miembros de este grupo pionero también estaban al tanto de la proliferación de monedas locales en España y, tal y como ocurrió en los orígenes del roble, así surgió la idea de crear el saja. Se presenta como moneda local de la comarca occidental de Cantabria, zona de la que son buena parte de la cincuentena de usuarios que actualmente tiene la red.

Arquitecto del euro y promotor de monedas complementarias

Bernard Lietaer, economista belga y uno de los ‘arquitectos’ del euro, es un experto en sistemas monetarios. En 2001 acuño el término moneda complementaria para referirse a un tipo de divisa que puede convivir con la de curso oficial. De hecho, no sólo creó el término, sino que se convirtió en el promotor de la idea de que ciertos ámbitos locales pueden beneficiarse  de la creación de una moneda  propia que circule de manera paralela y alternativa a la moneda nacional. Muchas regiones, ciudades y barrios del mundo han visto nacer sus propias monedas durante los últimos años, especialmente tras el estallido de la crisis financiera en 2008. Algunas de estas experiencias están siendo notablemente exitosas, como la libra de Bristol, que funciona en esta ciudad del suroeste de Inglaterra. En España se ha contabilizado, en diferente grado de desarrollo, la creación de unas setenta monedas locales desde 2010, y también con algunos casos destacados por su buen funcionamiento, como el puma, en la zona norte de Sevilla.

Aunque robles y sajas se presentan como monedas locales de sus respectivas comarcas, la realidad es que la dispersión geográfica de algunos de sus miembros hace que ese carácter no sea tan cerrado o delimitado como en los casos de monedas vinculadas a barrios o a ciudades. En ambas redes son conscientes de que buena parte del éxito en estos proyectos radica en conseguir que sean tan locales como sea posible y abogan porque se vayan creando iniciativas similares en zonas más concretas, como podría ser Santander, de donde son algunos miembros.

La cercanía y el conocimiento mutuo entre los usuarios de la moneda, como dice Elson, “generan confianza”, que es “el motor de este sistema”. Más allá de su delimitación geográfica, lo que mejor define a estas monedas es su carácter social. Félix, de la Red de Intercambio Solidario Saja, señala que “la moneda es un poco la excusa”, por lo que, “además de facilitar el intercambio entre las personas, de lo que se trata es de hacer grupo”. El objetivo es reproducir ese tipo de relaciones que tradicionalmente se han producido en los pueblos, en los que, añade, “un vecino siempre estaba dispuesto a echar una mano a otro”. La moneda local trasciende en parte su dimensión económica  para convertirse en un vehículo que favorece las relaciones sociales basadas en la solidaridad, en la cooperación y en la proximidad de las personas. De ahí que su funcionamiento esté sustentado en unos principios éticos.

Instrumento de pago en la economía real

Pero más allá de  esos objetivos, las monedas locales son un instrumento de pago en la economía real, forman parte del intercambio corriente de mercancías y trabajo. Esa característica también es común a las monedas oficiales pero, a diferencia de éstas, las complementarias no son especulativas y, en consecuencia, no tiene sentido alguno acumularlas. Esto supone que las monedas locales circulen fácilmente y no escaseen: mientras en la red haya participantes que ofrezcan algo y participantes interesados en adquirirlo, habrá moneda suficiente para realizar esos intercambios.

Lo primero que hace alguien que entra a formar parte de las redes de intercambio del saja o del roble es pensar qué puede aportar a esa comunidad. Los miembros de la red pueden ofertar todo tipo de productos o servicios. Una buena parte de los artículos que se ofrecen son alimentos ecológicos que ellos mismos producen a pequeña escala: huevos, hortalizas, etc. También es habitual que se ofrezcan actividades como el cuidado de personas,  transporte u otros tipos de trabajos profesionales. Aunque aún está en una fase poco desarrollada en el caso del saja, en el del roble hay alrededor de una decena de comercios y negocios locales que venden sus productos o servicios admitiendo, al menos, que un 20% del precio se pague en esta moneda y el resto en euros.

Este último es el caso de Rangoli Laredo, que se dedica a la venta de muebles, decoración, antigüedades y bisutería. Su propietaria, Begoña, admite que estar adherida al roble por ahora no ha supuesto un impacto destacable en su tienda, pero sí lo ve como una buena oportunidad para “fidelizar al cliente y sociabilizar su negocio”. Su participación en la red de intercambio,  explica, se debe más a su propia implicación personal en el proyecto que al interés comercial que pueda obtener de él.

Dinamización del comercio local

No obstante, en otros lugares en los que las comunidades de usuarios de sus respectivas monedas son mayores, sí que se ha producido una dinamización de los negocios locales. En primer lugar, porque las personas que disponen de moneda local pueden utilizarla en este tipo de negocios,  que a su vez la utilizaran para hacer pagos con ella dentro de esa misma red local. En segundo lugar, porque  el problema de muchos potenciales clientes a la hora de comprar algo es que no disponen de los euros suficientes para hacerlo, mientras que la obtención de moneda social es mucho más asequible. Un caso muy usual es el de los desempleados y su imposibilidad para generar recursos mientras no encuentran trabajo. En este tipo de redes siempre es posible ofertar algo, un producto elaborado en casa, como jabón o algún cultivo de la huerta, o un servicio, como impartir una clase particular, que le permita a cualquier persona disponer de moneda suficiente para hacer sus compras con ella.

En el caso del roble, además, hay una circunstancia que hace honor a ese marcado carácter social de la moneda: todos los trabajos que se hacen a favor de la red, como redactar las actas de las reuniones o colaborar en los mercados que de vez en cuando organizan, son retribuidos con una cantidad de robles en su cuenta.  Cuenta Begoña que es habitual encontrarse personas en el paro, “muy desanimadas y cerca de tirar la toalla”, que gracias a la red de intercambio pueden sentirse útiles, realizar trabajos y ver recompensado su esfuerzo con un pago en robles que les permitirá adquirir productos a los que antes quizás no podían acceder.

Tanto el saja como el roble tienen una relación de equivalencia de uno a uno con el euro y no disponen de una representación material en billetes o monedas. Cada miembro posee una cartilla en la que se anotan todas las compras y las ventas que se realizan en la moneda correspondiente. Todas las operaciones, así como las ofertas y demandas que hay en la red, se registran en una plataforma online llamada Community Exchange System (CES), un soporte gracias al cual se gestiona el funcionamiento, entre otras,  de los robles y los sajas. Este sistema acoge a monedas locales de todo el mundo y ello supone que, además de ser el instrumento de organización interna de cada una de ellas, permite la interrelación de unas con otras. Así, por ejemplo, una persona que disponga en el CES de una cuenta con sajas o robles, podría efectuar una compra o una venta con otra persona de cualquier lugar del planeta en su correspondiente moneda local, siempre y cuando también esté registrada en esta plataforma. El inicio para un nuevo miembro es muy sencillo pues permite que un recién llegado pueda realizar sus primeras compras aún sin disponer de un saldo positivo en su cuenta. La confianza mutua entre los miembros de la red es tal que todos están seguros de que ese saldo negativo no tardará en convertirse en positivo en cuanto esa persona consiga vender algún producto o realice algún servicio. A diferencia de la moneda oficial, en la que una situación así generaría una deuda, con la consiguiente obligación de tener que devolver el principal de la misma más el correspondiente interés, en las monedas locales se trata, simplemente, de una situación transitoria que no genera ningún desequilibrio. El movimiento natural de la red de intercambio compensa los saldos y no se produce ninguna actividad especulativa.

En fase de crecimiento

El saja y el roble, con dos y tres años de vida, respectivamente, aún se encuentran en plena fase de crecimiento. El sistema de pagos de las monedas y  la organización interna de las redes está bastante desarrollado, pero todavía les queda por resolver una serie de problemas, comenzando por su escasa implantación. A diferencia de lo que ocurre en otros lugares, donde este tipo de monedas cuentan con el respaldo de las autoridades locales, que ven en ellas una oportunidad de dinamizar la economía real de la zona en la que operan, ni el roble ni el saja gozan aún del interés de ninguna institución para ayudarles a tener más visibilidad y mejorar su circulación.

Un primer paso podría ser que ambos grupos dispusieran de un local permanente donde reunirse y realizar sus actividades. Por ahora, se reúnen y celebran sus mercados allí donde pueden, en domicilios o en los locales comerciales de algunos de sus miembros. La Red Saja, ha llegado a celebrar alguna de sus reuniones en un lugar emblemático para las organizaciones alternativas como es el Espacio Argumosa de Torrelavega. Además de las dificultades que les supone carecer de un lugar fijo de reunión, ambas redes se enfrentan también a la escasa difusión que tienen sus actividades y Begoña, de Rangoli Laredo, apunta un par de circunstancias adversas con las que se enfrentan este tipo de iniciativas: en primer lugar, la “brecha generacional” derivada de la dificultad que tiene la gente mayor para usar la moneda porque, a pesar de comprender perfectamente su funcionamiento, se encuentra con el problema de tener que utilizar internet; y en segundo, el  “individualismo” en nuestra sociedad, que suele ser un freno para que las personas se  unan en un proyecto de estas características. En este sentido, a Elson, de la Red El Roble, le gustaría que calara entre más gente el “mensaje optimista” que subyace tras este tipo de iniciativas sociales: “Las personas se unen y afrontan los problemas de tal manera que lo que crean permite cambiar la realidad”.