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La factoría de San Felices de Buelna recupera la actividad de montaje de frenos, que perdió cuando era propiedad de Bosch y que luchaba por retomar desde que la fábrica cambio de manos en 2012. Con la nueva línea, que se instalará a lo largo de este año y que debería estar en disposición de entregar las primeras piezas a comienzos de 2018, la planta vuelve a fabricar un producto terminado, de mayor valor añadido y que servirá directamente a los grandes fabricantes.

Texto de Jose Ramón Esquiaga @josesquiaga

Era un objetivo que se perseguía desde que la planta cambiase por última vez de propietario, en el verano de 2012, y llega en un momento especialmente importante para la fábrica. La recuperación de la actividad de montaje de frenos por parte de Chassis Brakes International Spain, la que fue anteriormente Bosch Sistemas de Frenado, supone retomar una labor de mayor valor añadido y que da como resultado un producto que puede servirse directamente al fabricante. Además despeja incertidumbres, por lo que tiene de refuerzo de la posición de la fábrica dentro del grupo al que pertenece, y da más alternativas de producción en un momento en el que los pedidos daban síntomas de agotamiento debido a los ciclos habituales en el mercado del automóvil, que hacen que se noten ahora las consecuencias de la escasa labor comercial realizada por Bosch en el periodo inmediatamente anterior a desprenderse de su división de frenos.

El reparto de tareas entre las plantas de Chassis Brakes International respondía a una estructura decidida en su día por Bosch, y que supuso que la planta de San Felices dejase de montar el freno completo, la pieza que posteriormente se instalaba en el coche, para centrarse en labores de mecanizado y tratamiento superficial de las piezas. Estas salían posteriormente a otra de las plantas del grupo, en Francia, en las que se centralizaba el proceso final de montaje y desde las que se servía al fabricante de automóviles. Con aquella decisión, formalizada en el año 2004, Bosch buscaba la máxima especialización de las plantas, y acercar el producto final a las fábricas francesas del grupo PSA –Peugeot-Citroën– que eran el principal destino de su producción. Este objetivo encajaba mal en la estrategia del nuevo propietario, que era partidario de que todo el proceso de fabricación se concentrase bajo el mismo techo, evitando de esta manera que las piezas viajaran entre las distintas plantas, unos desplazamientos que no añaden valor al producto y que suponen un coste imposible de repercutir al cliente.

El freno terminado, tal y como salía de la fábrica hasta que se externalizó la labor de montaje, que ahora se recupera.

Recuperar el montaje supone resolver esa tensión industrial, y hacerlo en el mejor de los sentidos, garantizando el futuro de la planta a medio y largo plazo. En lo inmediato, sin embargo, la nueva línea no tendrá una repercusión directa en términos de empleo, lo que se explica tanto por el tiempo necesario para su puesta en marcha como por la caída de producción de los últimos años. Que Bosch relajara su actividad comercial cuando estaba a punto de vender la planta ha supuesto que no entraran nuevos proyectos para sustituir a los ya contratados, lo que supuso un problema no tanto en aquel momento como en los años posteriores, y que todavía repercutirá en la actividad de la planta cuanto menos hasta 2018.

Ciclos largos

Cuando los fabricantes de automóviles plantean sacar al mercado una nueva plataforma –la base común que compartirán varios modelos– piden ofertas a sus proveedores para los diferentes componentes. Quien se hace con los encargos asume la responsabilidad de fabricar esas piezas mientras haya modelos que utilicen esa plataforma, un plazo que comienza tiempo después de hacerse con el contrato –los fabricantes sacan los proyectos un par de años antes de que la plataforma llegue al mercado– y que puede prolongarse más allá de una década. Eso significa que las consecuencias de los proyectos que no se ganaron en los años 2012 o 2013 se están viviendo ahora.

Ante esa situación, la fábrica cántabra de Chassis Brakes ya había venido buscando alternativas para dar carga de trabajo a la factoría, sobre todo a sus departamentos de ingeniería, los más afectados cuando no entran nuevos encargos. En 2014 comenzó a diseñar los utillajes de fabricación que luego utilizarían otras fábricas del grupo, haciendo para otros una labor que siempre había asumido de puertas para adentro. Aunque con una repercusión limitada en términos de facturación –las previsiones apuntan a que los utillajes aporten entre 5 y 7 millones de euros a una planta que facturó el año pasado algo más de 65  millones– la fabricación de utillajes supuso un espaldarazo a la labor de la fábrica, dio trabajo al departamento responsable de aportar el mayor valor añadido y ofreció alternativas de producción a la planta. En esencia son los mismos frutos que, a una escala mayor, rendirá ahora la fabricación del freno terminado.

Trabajar directamente para el fabricante da además más posibilidades a San Felices para aprovechar el tirón que supone la pujante industria automovilística española. Hasta ahora la fábrica exportaba el 100% de su producción, debido a que el destino de las piezas siempre era otra planta del grupo fuera de España, que era quien surtía al fabricante. Eso anulaba las ventajas que en términos de coste tiene la proximidad geográfica a las plantas españolas de montaje, algo que quedará corregido a partir de la entrada en funcionamiento de la nueva línea.

La antigua Bosch Sistemas de Frenado ha comenzado a diseñar y vender a otras fábricas los utillajes necesarios para fabricar frenos como los que hace en su planta de San Felices. El parón en la llegada de nuevos proyectos obligó a buscar alternativas para su departamento de ingeniería, que se había quedado sin tareas de las que ocuparse. El resultado es una nueva línea de negocio con la que prevé facturar entre 5 y 7 millones de euros durante los próximos dos años, lo que supone en torno a un 5% de la cifra de ventas de la fábrica.

Texto de Jose Ramón Esquiaga @josesquiaga

En un sector tan especializado y cíclico como el del automóvil –que lo es todavía más, en ambos sentidos, para los fabricantes de componentes– encontrar alternativas a la línea principal de negocio es un objetivo tan lógico como complicado de alcanzar. Metidos de lleno en uno de los valles de ese proceso de altos y bajos que es habitual en el mercado al que atienden, la planta cántabra de Chassis Brakes International se encontró a mediados de 2014 sin ningún nuevo proyecto que encomendar a sus ingenieros, lo que suponía tener a todo un departamento de la empresa –precisamente aquel cuya labor aporta el principal valor añadido a la producción– completamente desocupado. Las perspectivas que habitualmente se abren ante una situación como esa no suelen ser nada halagüeñas, pero en el caso de la planta de San Felices el problema sirvió para encontrar una solución singular que, en último término, ha servido para incorporar un nuevo producto al catálogo de la planta: los utillajes de fabricación, unos equipos que ha comenzado a vender a otras factorías del grupo.

La fábrica que Chassis Brakes International tiene en Polonia ha sido el primer destino para los utillajes diseñados por el departamento de ingeniería que trabaja en la planta de San Felices. El caso es un buen ejemplo de los condicionantes con los que trabaja cualquier fabricante de componentes de automoción, y de la forma en que la pertenencia a un grupo con presencia internacional es fuente tanto de incertidumbres como de oportunidades. Chassis Brakes International, con plantas repartidas por medio mundo, fabrica frenos con destino a modelos de un amplísimo abanico de marcas. Años antes de que salga al mercado un nuevo automóvil –en realidad una nueva plataforma: la base común que compartirán varios modelos– los fabricantes de componentes hacen sus ofertas para pujar por el contrato. El ganador se ocupará de fabricar los frenos mientras esa plataforma esté en el mercado –en San Felices hay un modelo en producción desde 1999–, para lo que debe diseñar y fabricar los utillajes necesarios, o bien contratar esa labor a un proveedor externo. La planta cántabra de Chassis Brakes –que hasta 2013 lo fue de Bosch Sistemas de Frenado– siempre ha diseñado sus propios equipos, cuya fabricación contrata luego a proveedores cántabros. Cuando no hay nuevos proyectos, la actividad de la planta no se ve afectada –se fabrican los modelos de frenos en producción– pero la carga de trabajo del departamento de ingeniería se reduce drásticamente.

Esa era la situación en San Felices hace un par de años. En contraste, la planta que el propio grupo tiene en Polonia había ganado el proyecto para hacer los frenos de la nueva furgoneta Volkswagen Crafter –en competencia, entre otras, con su ‘hermana’ cántabra– y necesitaba nuevos utillajes para ello. Ahí es donde apareció la oportunidad. “Habitualmente en Polonia contrataban los utillajes y las máquinas con un proveedor alemán. Lo que le pedimos al grupo es que nos permitieran presentar una oferta para hacerlo nosotros”, explica Antonio Monteiro, director de la fábrica cántabra de Chassis Brakes: “Nuestros ingenieros tienen el conocimiento, las competencias y la experiencia necesaria para ello, y nuestros proveedores cántabros también. Se trataba de tener la posibilidad de trasladar ese ‘know how’ que tenemos, y que ponemos a prueba cada día en nuestra planta, a otra fábrica”.

Polonia contaba ya con un presupuesto encima de la mesa, de su proveedor habitual, que contemplaba realizar el encargo por 3,5 millones de euros. La contraoferta que llegó desde Cantabria rebajaba significativamente esa cantidad, para dejarla en 2,5 millones de euros. Con todo y con eso, la decisión no fue sencilla: “No es fácil hacer un cambio como este, y menos cuando la elección la tienes que hacer entre tu proveedor alemán de siempre y unos españoles que nunca antes habían trabajado por encargo. Sin el apoyo decidido por parte de la dirección del grupo, es posible que nunca hubiéramos conseguido en contrato”, admite el director de la planta cántabra. A partir de ahí, señala, todo fue más sencillo: una vez construidos y montados en destino los primeros equipos, el cliente se ha mostrado encantado con unas soluciones que se han adaptado perfectamente a sus propios procesos, incluso mejorándolos en algunos aspectos concretos.

Antonio Monteiro, director e la planta de Chassis Brakes en San Felices de Buelna

El primer envío de material a Polonia se realizó a finales del pasado año, y está previsto otro para los próximos meses. Los trabajos incluyen el montaje y puesta en funcionamiento en destino a cargo de ingenieros desplazados desde Buelna. Aunque Chassis Brakes International no contempla la posibilidad de que los utillajes de Buelna se vendan a empresas que no forman parte del grupo, la nueva línea de producto que ahora se abre mantiene un estimable potencial de crecimiento. Por el momento la planta cántabra ha facturado apenas 300.000 euros a cargo de esta nueva línea de negocio, pero las previsiones apuntan a que el diseño y venta de los utillajes aporte entre 5 y 7 millones de euros durante los dos próximos años. Es una cantidad que puede parecer modesta si tenemos en cuenta el volumen total de ventas de la planta –que se mueve en el entorno de los 65 millones de euros– pero a la que Antonio Monteiro concede una relevancia que va más allá de lo meramente cuantitativo: “Es algo que antes no teníamos y que nos permite aprovechar el talento de nuestros profesionales. Además, saber que estamos vendiendo nuestros diseños a otras plantas del grupo produce una satisfacción enorme en toda la fábrica. Es un orgullo para todos”.

Aunque su efecto en la carga de trabajo de los talleres no es tan directo como en lo referente al departamento de ingeniería, la situación que llevó hace dos años a la búsqueda de alternativas tiene también un reflejo en la actividad general de la planta. Con menos proyectos nuevos, bajan las posibilidades de sustituir a los que hoy se producen. El resultado, admite el director de la planta de San Felices, es que la situación actual no es especialmente positiva para la actividad de fabricación, y que no es de esperar que eso cambie en el corto o medio plazo. Lo que hoy se está fabricando, explica Antonio Monteiro, son los proyectos que se contrataron hace cuatro o cinco años, y aquel no fue un momento especialmente bueno desde un punto de vista comercial. Bosch, por entonces propietaria de la fábrica cántabra, estaba buscando comprador para su división de frenos, lo que hizo que se relajara el esfuerzo por hacerse con nuevos contratos. “Sabemos que tenemos por delante algunos años que no van a ser fáciles. El sector del automóvil es muy cíclico y la situación actual no nos preocupa especialmente. Estamos haciendo todo lo necesario para que eso cambie y hay oportunidades en el mercado europeo para que la foto dentro de cuatro o cinco años sea muy distinta a la de ahora”.

De hecho, el director de la planta española de Chassis Brakes International está convencido de que la fábrica de San Felices se encuentra excelentemente posicionada para aprovechar esas posibilidades que puedan aparecer en el mercado, y no solo en forma de nuevos proyectos. La planta cántabra es centro de competencia mundial en mecanizado y cincado –expresión esta última que define el proceso de recubrimiento anticorrosión de las piezas– lo que lleva a que aquí se elaboren los prototipos de frenos que luego fabrican otras plantas del grupo. Eso, explica Antonio Monteiro, ha dado pie a conseguir algunos hitos que han reforzado la posición competitiva de la planta. “El verano pasado nos pidieron que fabricásemos los frenos para tres prototipos del nuevo Nissan Navara que querían mostrar en Japón, en un plazo de un mes.  Cuando nos lo encargaron no existían ni los planos, pero con la implicación de todos lo conseguimos. El caso es que Buelna empieza a ser conocida por esos pequeños milagros, y nos llegan encargos gracias a ello”.

Encima de la mesa sigue la posibilidad de recuperar la actividad del montaje, perdida en una de las últimas reestructuraciones que realizó Bosch dentro del grupo. Hasta ese momento, de la planta de San Felices salían los frenos completos, tal y como luego se instalan en el coche. Con la especialización entre plantas decidida por el antiguo propietario, en Cantabria se hace el fundido, mecanizado y recubrimiento de las piezas que componen el freno, que se envían a la planta francesa del grupo donde se hace el montaje final. De entre todas las plantas con que cuenta Chassis Brakes en el mundo, solo la española y la francesa tienen separada la fabricación y el montaje, lo que deja todas las posibilidades abiertas. Con todas las reservas que puedan ponerse en relación con una decisión que no depende directamente de él, Antonio Monteiro se muestra moderadamente optimista sobre la cuestión: “¿Recuperar el montaje? Bueno, es una posibilidad que en otros momentos ha estado más lejos de lo que está ahora”.

Hay vida después de Bosch

Tanto por su condición de presidente de GIRA –el clúster que agrupa a los fabricantes cántabros de componentes de automoción– como, sobre todo, por haber vivido en sus carnes un caso prácticamente idéntico, Antonio Monteiro está siguiendo con especial atención el proceso de venta de la factoría que Robert Bosch tiene en Treto. Su visión sobre el asunto ofrece pocas dudas: “Entiendo las incertidumbres que siempre provocan los cambios, pero muchas veces los cambios son a mejor. A nosotros nos ha ido muy bien, y creo que no hay motivos para pensar que con Treto vaya a ser distinto”.

Bosch vendió su división de sistemas de frenado –en la que se integraba la planta de San Felices– en 2012, y lo hizo a partir de unas razones que son prácticamente las mismas que esgrime ahora para deshacerse de sus fábricas de alternadores: centrarse en productos de mayor valor añadido. “Bosch puso el máximo cuidado a la hora de elegir comprador, de hecho, no se me ocurre mejor propietario que el que ahora tenemos. Estoy convencido de que va a hacer lo mismo en el caso de Treto”, asegura el director de la planta de San Felices, integrada hoy en Chassis Brakes International.

Antonio Monteiro no oculta que hay muchas cosas que son distintas a como eran en Bosch, pero no necesariamente peores. “Ahora estamos en el mundo real, no dentro de un gigante como Bosch, en el que todo era posible. Las inversiones hay que pensarlas mucho, y se hacen después de analizarlo mucho y cuando hay posibilidades para ello. Pero eso no tiene nada de malo”, apunta el director de la fábrica de San Felices, que se ha ofrecido a contar su experiencia en la fábrica de Treto, para contribuir a despejar incertidumbres, por más que estas sean comprensibles. “Yo les diría que estuvieran tranquilos: hay vida después de Bosch”.

Un año después de cambiar de manos, la fábrica cántabra de frenos para automoción ha asentado su posición dentro del nuevo grupo propietario y trabaja por hacer valer su productividad para alcanzar nuevas cotas. La que fuera planta de Bosch Sistemas de Frenado no descarta recuperar la actividad de montaje, perdida cuando el grupo alemán reestructuró en 2004 el reparto de tareas entre sus distintas fábricas.

Texto de José R. Esquiaga @josesquiaga Fotos de Nacho Cubero
Publicado en julio de 2013

Puede sorprender que una fábrica con treinta y cinco años de historia, todos ellos en el competidísimo mercado de la automoción, siga pasando exámenes casi cada día, y que viva con naturalidad que de cada uno de ellos dependa su propia supervivencia. También que su director, un portugués que ha regido los destinos de plantas en los cinco continentes, apele al espíritu de Buelna para explicar las razones por las que Chassis Brakes International Spain, antigua Bosch Sistemas de Frenado, ha ido superando con nota todas las pruebas. Pero probablemente son esas dos circunstancias –la evaluación continua y ese intangible que Antonio Monteiro explica como una forma de compromiso con la fábrica, el territorio y las personas– las que mejor resumen la trayectoria de una empresa que nació vinculada a Nueva Montaña Quijano y que celebra estos días el primer aniversario de su cuarto cambio de propietario, que se produjo cuando el gigante industrial alemán vendió su división de frenos a KPS, el fondo de inversión que es el máximo accionista de Chassis Brakes International.

Los doce meses transcurridos desde que pasara a manos del nuevo grupo han servido para despejar unas incógnitas que, queda dicho, no son nuevas en la trayectoria de la planta. Con un mercado europeo del automóvil muy maduro, estancado en sus cifras de ventas y con un claro exceso de capacidad de producción, cada cambio en la dirección central –incluso los que se dieron durante los 16 años de vinculación con Bosch– supone poner sobre la mesa la opción de cerrar plantas o trasladar producciones. Aunque Antonio Monteiro insiste en que esa es una posibilidad que nunca estará descartada completamente, a día de hoy da ese riesgo por superado.

De la planta cántabra de Chassis Brakes International salieron el último año 12,5 millones de piezas para frenos, a las que hay que sumar otros dos millones que, aunque no han sido fabricadas por ella, reciben aquí el recubrimiento anticorrosión. Todas esas piezas salen con destino a las tres plantas de montaje del propio grupo a las que se surte desde San Felices de Buelna: en Francia, sobre todo, pero también en Polonia y Turquía. Desde estas plantas, de las que salen ya los frenos completos, se suministra al fabricante de automóviles. El grupo PSA –que fabrica las marcas Peugeot y Citroën– es el principal cliente de Chassis Brakes International, que trabaja también para Toyota, cada vez en mayor medida, Mercedes, Volkswagen, Renault y BMW. Prácticamente cualquier fabricante con plantas en Europa es o ha sido cliente en algún momento.

El hecho de que la filial española tenga como destinatarios únicos a otras plantas del grupo hace que los 65 millones de euros que factura la planta cántabra procedan de la exportación, y también que no exista contacto directo con el cliente final. Es una circunstancia que responde a una de esas reestructuraciones industriales decididas en su día por la cabecera del grupo –en este caso en 2004 por Bosch– de acuerdo a una estrategia que pudo valer en aquel momento y para aquel propietario pero que puede verse cuestionadas hoy por la nueva dirección. Hasta aquel año, en San Felices se mecanizaba y se hacía el tratamiento superficial a las piezas –las mismas tareas que se realizan hoy en día– pero también se montaba, de manera que lo que salía de planta era el freno que posteriormente se instalaba en el coche. Bosch prefirió centralizar ese último paso en su planta francesa, que a cambio cedió todo el mecanizado a San Felices, tanto por una voluntad de especialización de la fabricación entre sus diferentes centros como por acercar el producto final a las plantas de PSA que por entonces eran sus principales clientes. Cuando adquirió el conjunto de las plantas de frenos de Bosch, Chassis Brakes heredó esta distribución de tareas, que no encajaba del todo ni con su filosofía industrial ni con la propia lógica del mercado de componentes de automoción: “Chassis Brakes es más partidario de tener todos los procesos bajo el mismo techo”, explica Antonio Monteiro, que apunta una de las claves de fabricación de piezas de frenado para explicar la incidencia de la geografía en la competitividad: “Aquí hacemos un ‘comodity’, un componente en el que el margen no te lo da la tecnología, sino el coste al que eres capaz de fabricar. Eso significa que los viajes que hacen las piezas entre plantas suponen un gasto que no aporta nada de valor a lo que haces, que no puedes repercutir al cliente y que en consecuencia hace que seas menos rentable”.

Chassis Brakes International tiene 15 fábricas en todo el mundo, 5 de ellas en Europa. Con la salvedad de la española y la francesa, en todas ellas el mecanizado y el montaje se hacen en la misma planta. De esa especificidad se deriva una cierta tensión que no es descartable que termine resolviéndose con una nueva reunificación de procesos en la que todas las opciones –buenas y malas– estarían abiertas. En lo que sería una nueva derivada de la evaluación continua a la que se ve sometida por el mercado y por su propietario, la fábrica cántabra no descarta que de esa puesta a prueba resulte una recuperación de la actividad de montaje.

La que fuera planta de Bosch, y antes de eso de Bendix Ibérica, cuenta con algunos argumentos para que una decisión de ese tipo caiga de su lado. A diferencia de lo que sucede con el resto de fabricantes de frenos –incluidos los de su propio grupo– la factoría de San Felices de Buelna integra el proceso de tratamiento de superficies –cincado, en la terminología del sector– lo que evita la subcontratación. La fábrica cántabra cuenta con dos líneas para realizar esta labor, fruto de una inversión realizada en tiempos de Bosch. Supone una gran ventaja competitiva, tanto por el ahorro que supone evitar el transporte y el margen comercial del proveedor como por una cuestión de calidad y costes: en la fase de recubrimiento es sencillo detectar fallos de fundición, pero esa labor no la realiza el cincador externo, que únicamente se responsabiliza de su parte del proceso.

Además de tener a favor esa integración de procesos, la otra condición clave para hacer valer su posición dentro del grupo es la misma en la que la fábrica ha venido asentando su propia supervivencia a lo largo de, cuanto menos, los últimos veinte años: la alta productividad. En la batalla por ajustar los costes el primer enemigo son las otras plantas del grupo, lo que significa que ellas son la referencia o más bien, como destaca Antonio Monteiro, podrían llegar a serlo: “La referencia somos nosotros para ellas, no a la inversa”. Pese a que la competencia se da con plantas con costes unitarios de mano de obra mucho más bajos, el gerente de Chassis Brakes International Spain menciona algún ejemplo que da cuenta de la sólida posición de la planta que dirige: en Buelna se han hecho labores de tratamiento de superficies para la planta polaca, lo que significa ser competitivo en precio a pesar de los 4.000 kilómetros –2.000 de ida y otros tantos de vuelta– que ha habido que transportar las piezas. “Tanto en mecanizado como en tratamiento de superficies somos centro de competencia a nivel mundial, y si montásemos no me cabe ninguna duda de que también lo seríamos”.

Antonio Monteiro, director de la planta de Chassis Brakes en San Felices de Buelna

Para explicar ese decisivo factor de la productividad, Monteiro desgrana algunas claves que, hoy por hoy, hacen muy difícil que los competidores puedan seguir el ritmo que marca San Felices, sobre todo en un momento en el que nadie está en disposición de acometer grandes inversiones en Europa: “Somos una planta muy madura, que lleva muchos años haciendo lo mismo y que lo hace muy bien. Cuando se mecaniza fundición uno de los mayores gastos son las máquinas de corte; las nuestras están amortizadas y son muy buenas técnicamente. Nosotros hemos hecho el diseño de nuestras herramientas, del utillaje, de los procesos… El ‘know how’ es nuestro y podemos seguir mejorando. Eso no lo tienen otras plantas”. Es ahí donde el director de Chassis Brakes International Spain, que se considera un privilegiado por trabajar en Cantabria, menciona una vez más el ‘espíritu de Buelna’: “Nuestro equipo humano es extraordinario, comprometido en el objetivo de ser cada vez mejores, con una autoconfianza absoluta y con las mejores ideas para conseguirlo. Es un placer trabajar con ellos”.