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Cerca de medio centenar de empresas de Cantabria tienen presencia estable fuera de España a través de filiales o sucursales, un posicionamiento internacional que suele suponer el siguiente paso para quienes han conseguido consolidar un mercado estable para sus productos en los mercados en los que deciden asentarse. México es el país con un mayor número de filiales cántabras, aunque Marruecos comienza a ser un destino de especial interés para empresas de todos los sectores. Constructoras, ingenierías, empresas TIC e industrias de casi todos los sectores componen la nómina de las empresas cántabras más internacionales.

Por Jose Ramón Esquiaga @josesquiaga

Las exportaciones han sido la tabla de salvación a la que se ha aferrado la economía española en tiempos de crisis, de la mano de empresas que –obligadas por la atonía de la demanda interna– o bien han aumentado ventas en mercados en los que ya estaban o se han visto poco menos que empujadas a buscar fuera de España los clientes que no encontraban aquí. Todo esto ha tenido, en el caso de Cantabria, un modesto reflejo en las cifras absolutas –a falta del dato definitivo de 2017, es seguro que las exportaciones van a quedar en un punto intermedio entre el máximo marcado en 2012 y el mínimo de 2009– pero una incidencia bastante más significativa en otras variables que dan cuenta del grado de internacionalización de las empresas: cada vez son más las que exportan alguna vez y las que lo hacen de forma habitual, y también las que acuden a las misiones organizadas por Sodercan y la Cámara de Comercio para buscar mercados más allá de las propias fronteras. En ese repaso a indicadores que vayan más allá de lo puramente cuantitativo, la presencia estable de empresas cántabras fuera de España es probablemente el elemento que marca el grado máximo de internacionalización, por cuanto la apertura de sucursales o la constitución de sociedades filiales suele marcar la línea de llegada en una carrera que comienza cuando se inician los contactos comerciales, continúa con las primeras ventas y, tras lograr consolidar un mercado, culmina cuando se habilitan los medios para que la relación con clientes y proveedores se realice directamente en el país de destino de los productos o servicios que se comercializan.

A diferencia de lo que sucede con el dato de las exportaciones, o incluso con el número de empresas que exportan puntual o regularmente, no es fácil cuantificar las sociedades con sede en Cantabria que cuentan con filiales fuera de España. No existe un registro global, si no que cada oficina comercial cuenta con un directorio de las empresas implantadas en el país del que se trate, lo que implica que quedan fuera de ese foco quienes tengan filiales allí donde no tenga presencia una oficina comercial española. Con todo, la principal dificultad para dar por buenos los datos que proceden de esos registros tiene que ver con el dinamismo propio de cualquier actividad empresarial, que puede llevar a que se haya dejado de operar allí donde en algún momento se tuvo presencia. Con esos condicionantes, Sodercan está trabajando en una actualización de sus bases de datos, en la que de forma provisional ha identificado cerca de medio centenar de empresas de la región que cuentan con filiales o sucursales fuera de Cantabria.

La diferenciación entre una y otra figura tiene que ver con la fórmula societaria que da cobertura a esa presencia internacional: ambas implican contar con oficina y trabajadores en el país de destino, pero mientras en el caso de la sucursal sigue siendo la matriz quien realiza los pagos y cobra las ventas, la filial supone crear una sociedad nueva, en la que la mayor parte o la totalidad del capital está en manos de la empresa española –cántabra en el caso de las identificadas por Sodercan– que la ha constituido.

Con una mayor fiabilidad en cuanto a la exactitud del dato, pero probablemente también menos significativo en términos estadísticos, Sodercan cuenta también con el registro de aquellas empresas de la región a las que se han concedido ayudas para su implantación fuera de España, de acuerdo a un programa puesto en marcha en 2007, interrumpido en los años 2014 y 2015, y que vuelve a estar vigente en la actualidad, con la convocatoria de 2017 todavía abierta. Sin contabilizar esta última, han sido 36 las empresas con sede en Cantabria que han accedido a esas ayudas, que siempre se dan con carácter posterior a la implantación de la delegación y que como máximo pueden suponer la aportación de 30.000 euros.

Raquel Manzanares, coordinadora del área de proyectos en la Dirección de Promoción y Desarrollo Internacional de Sodercan, se muestra muy prudente a la hora dar por buenos los datos concretos del global de empresas cántabras con delegación fuera de España, pero sí cree que la información existente permite constatar que existe un interés creciente por contar con presencia estable en otros mercados. “En Cantabria tenemos algo más de un millar de empresas que exportan, y en torno a 300 de ellas lo hacen regularmente. A partir de ahí, y de lo que ha sucedido en los años de crisis, yo creo que ha calado la idea de que a aquellas empresas que se han internacionalizado les ha ido bien y han estado en mejor disposición para salvar las dificultades. Las empresas nos preguntan, se apuntan a las misiones comerciales y hacen uso de las ayudas y los instrumentos que el Icex o nosotros ponemos a su disposición. La apertura de una filial sería el último paso de ese proceso, y el número de quienes se animan a dar el paso se mueve en cifras mucho más modestas y bastante estables, en torno a siete u ocho empresas en cada convocatoria del programa”, admite la responsable de proyectos de internacionalización de Sodercan, que en todo caso recuerda que no todas las empresas que abren filiales lo hacen contando con las ayudas y que, más allá de lo puramente cuantitativo, alguno de los proyectos que han contado con apoyo el último año han tenido una relevancia especialmente notable.

Icíar Amorrortu, en primer término, directora general de Sodercan, y Raquel Manzanares, responsable de Desarrollo Internacional.

Entre los proyectos que fueron objeto de apoyo en 2016 –ultima convocatoria cerrada– a los que se refiere Raquel Manzanares destacan los encabezados por SIEC para instalarse en Marruecos, el de Newtesol en China o el de Celestia –del grupo TTI– para contar con una filial en Holanda. La relación, que se completa Grepcon y DIDD Logística en Portugal y Duarte y Beltrán en Estados Unidos, es representativa del conjunto de multinacionales cántabras en lo que tiene que ver con la composición sectorial, y algo menos en cuanto a países. Aunque no era lo más común el que fueran constructoras como SIEC las que lideren proyectos de implantación fuera de España, el sector ha ido ganando protagonismo en los últimos años debido a la parálisis de proyectos en España, aunque normalmente eran ingenierías, gabinetes de arquitectura o empresas auxiliares las que daban el salto.

Las tecnológicas –como Celestia entre los apoyadas en la convocatoria de ayudas de 2016, pero también Semicrol, Ambar o Quiter entre los que ya contaban con delegaciones anteriormente– han ido ganando peso en internacionalización en los últimos años, después de que a comienzos de década comenzasen el proceso de implantación exterior. Tanto en el caso de las empresas del sector de la construcción como en el de las que operan en el campo de las nuevas tecnologías, la creación de una filial fuera de España es casi siempre condición obligada para poder optar a contratos en el país de destino, algo que no sucede en el caso de quienes son mayoría entre las multinacionales cántabras: las industrias.

Presencia industrial

Más de la mitad de las empresas cántabras con delegaciones fuera de las fronteras españolas operan en el sector secundario. Aunque la presencia exterior de buena parte de ellas es únicamente comercial, o se limita a contar con talleres para la instalación y el mantenimiento de sus productos, no faltan quienes cuentan con centros productivos, en ocasiones de dimensiones comparables –o incluso mayores– a las plantas con que cuentan en Cantabria. Algunas de ellas, como Industrial Farmacéutica Cantabria o el  Grupo Bravo llevan su condición multinacional a sus últimos términos, con plantas en varios países. Hay casos también en los que la nacionalidad de la matriz no es española, pero en la que el proceso de internacionalización ha sido encargado a una empresa cántabra. Es el caso de Maflow Spain Automotive, filial española integrada en un grupo polaco, que ha sido la responsable de montar una nueva planta en México, dependiente orgánica y societariamente de la fábrica con sede en Guarnizo.

El debate de la deslocalización

Aunque Raquel Manzanares da el debate por superado, que industrias cántabras instalen plantas en otros países sigue provocando ciertas reservas por lo que algunos entienden como un riesgo de deslocalización. Aunque los recelos podrían alcanzar a empresas de cualquier tipo, es en el ámbito industrial en el que aparecen las mayores reservas, sobre todo cuando la apertura de filiales se realiza en países –y el caso más notorio es el de China– con costes de mano de obra muy inferiores a los que se registran en España. “Tener una filial no supone deslocalizar, al contrario, nuestra experiencia, y lo que nos cuentan las empresas cántabras que tienen fábricas en otros países, es que la actividad allí ha servido para mantener el empleo aquí. Hay sectores en los que eso es prácticamente obligado, y empresas que hubieran tenido que cerrar de no contar con esa presencia exterior”, afirma la responsable de proyectos de Sodercan, que admite en cambio que esos recelos siguen existiendo. Quizá en parte por ellos, las ayudas de Sodercan para la implantación de delegaciones fuera de España excluyen expresamente las implantaciones industriales: “El Gobierno de Cantabria nunca ha apoyado la instalación de filiales productivas por parte de empresas de la región, pero sí lo hace el Estado, y también el País Vasco, que destina una importante línea de ayudas para ello. Y con gran éxito, controlando por supuesto el destino de ese dinero público y en proyectos que garantizan que no destruirá empleo en origen. Tener esa presencia exterior hace más fuertes a las empresas”.

Lo cierto es que, a diferencia de lo sucedido con otras amenazas que acechaban a la economía española, la de la deslocalización ha perdido protagonismo después de la crisis, y en gran parte a consecuencia de esta. El ajuste realizado en las empresas españolas ha llevado a que estas recuperen competitividad lo que, unido a algunas malas experiencias, ha restado atractivo a cualquier inversión que busque los retornos solo por la vía de los bajos costes laborales. El caso de China, que también era el destino que generaba más temores, ha sido el más claro: “Hay muchas empresas españolas que se han vuelto. es un mercado muy complicado, en el que hay que saber acertar a la hora de buscar el socio local y, como en cualquier otro proceso de internacionalización, tener muy claros los objetivos y pensar siempre que los resultados van a llegar a largo plazo”, señala Raquel Manzanares.

Lo cierto es que, aunque no es ni de lejos el país con una mayor presencia de filiales cántabras, China fue en su día objeto de cierta controversia por su protagonismo en las misiones comerciales organizadas desde Cantabria pero, a la hora del balance, también ha sido escenario de más éxitos que fracasos para las empresas de la región allí asentadas. Textil Santanderina, una de las pioneras, trasladó a comienzos de siglo parte de la producción a una empresa constituida en el gigante asiático junto a un socio local, manteniendo en Cantabria todo el trabajo de desarrollo de producto y la fabricación de mayor valor añadido. Es una estrategia habitual en quienes tienen presencia en China, que en todo caso es un destino secundario si nos atenemos estrictamente a la existencia de filiales o delegaciones estables. “Ahora mismo detectamos más interés por instalarse en Latinoamérica, en México sobre todo, y también en Marruecos”, explica Raquel Manzanares, que cree que la proximidad, cultural en un caso y geográfica en el otro, explica esas preferencias: “Para dar el paso de instalarse en un país es imprescindible conocer muy bien el mercado, y haber realizado ya operaciones de exportación. Para una pyme es más fácil hacerlo en países cercanos, o sin la barrera del idioma. A eso se une que en el caso de México o Colombia la distancia hace que sea casi obligado tener allí una delegación, y eso explica que cada vez haya más empresas de Cantabria allí implantadas”.

La coordinadora de Sodercan cree que la internacionalización es clave para casi cualquier empresa, con independencia de su sector y actividad –”Este es un mundo globalizado, tu competencia está en cualquier lugar”, señala– pero admite que dar el paso a instalarse en otro país no está al alcance de todos: “Hay tres claves: tener un producto o servicio exportable, estar saneado financieramente y tener la internacionalización perfectamente integrada en la estrategia de la empresa. Eso, y conocer el mercado al que vas, es lo fundamental. El tamaño de la empresa no es tan importante”, afirma Raquel Manzaneras, que destaca especialmente la necesidad de plantear objetivos realistas y asumir que los resultados no van a llegar de un día para otro. “Por eso es básico tener capacidad financiera para sostener una estrategia a largo plazo: nadie llega a un país y comienza a vender inmediatamente”.


Maflow Spain Automotive, fabricante de componentes de automoción:

“En nuestro sector, o eres global o no tienes sentido”

Maflow Spain Automotive recibió hace tres años el encargo de montar en México una nueva planta de su grupo matriz, el polaco Boryszew. A la filial española, con sede en Cantabria, le cupo la responsabilidad de dar forma a la nueva filial y crear desde cero una nueva factoría, dedicada como la cántabra a fabricar componentes para los equipos de climatización y aire acondicionado de los automóviles. “La cuestión cultural y el idioma son muy importantes, y por eso desde Polonia nos lo encargaron a nosotros”, señala Marcos Díaz, director de la planta cántabra de Maflow y también la persona encargada de crear la filial mexicana.

Marcos Díaz, director de Maflow Spain Automotive.

La decisión de instalarse en México respondía a la necesidad de acercarse a sus clientes americanos, las plantas desde las que, a su vez, los grandes fabricantes automovilísticos atienden el gigantesco mercado estadounidense, y el también cada vez mayor mercado mexicano. “En nuestro sector, o eres global o no tienes sentido”, afirma el director de Maflow, que se remite a la forma en que funciona el mercado del automóvil para explicarlo: cuando un fabricante busca proveedores para determinado componente de una plataforma –la base sobre la que se construyen varios modelos– busca un proveedor que le sirva las piezas en las plantas que tiene repartidas por todo el mundo, y lógicamente al menor coste: “Si no cuentas con una planta cerca de sus fábricas, no tienes ninguna posibilidad de optar al proyecto”. Esa forma de operar implica también que la planta mexicana y la cántabra no compitan directamente: la de Guarnizo atiende el mercado europeo, y la de Santa Fe trabaja para Estados Unidos y el resto de América.

A la hora de hablar de las claves para montar una filial, Marcos Díaz destaca la necesidad de contar con pumón financiero, y la de contar con información contrastada de las condiciones legales y de organización a las que habrá que hacer frente: “Nosotros metimos muchas horas en reuniones con empresas españolas que ya estaban allí, y que compartieron su experiencia con nosotros. Eso es fundamental”.

 


SIEC, constructora

“Decidimos ir a Marruecos porque aquí el mercado estaba parado”

Juan de Miguel, gerente de SIEC.

Juan de Miguel, director de SIEC, recuerda que la empresa ya había tenido oportunidad de trabajar fuera de España, pero que nunca consideró atractivas aquellas opciones. Eso cambio hace dos años, cuando los contactos con un socio en Marruecos y la parálisis de la construcción en España animaron a saltar el estrecho y montar una sucursal en Tanger: “Decidimos ir a Marruecos porque aquí el mercado estaba parado”, recuerda el director de SIEC, que no oculta que las dificultades fueron al comienzo “enormes”: “Es otra cultura, otra forma de trabajar y, sobre todo, llegas a un sitio en el que no te conocen, y la confianza y en nuestro sector es fundamental”.

Para salvar ese obstáculo inicial, fue fundamental la realización de la primera obra en el puerto de Tanger que, explica Juan de Miguel, aportó a la empresa un mejor conocimiento del mercado –en lo que tenía que ver con el trato con administración, clientes y proveedores– y también contribuyó a salvar los recelos que pueden existir a la hora de trabajar con un recién llegado, por muy avalado que esté por las certificaciones y por la trayectoria en su país de origen. Ahora mismo SIEC tiene obras en marcha en el puerto de Tanger, donde ya ha construido una nave logística, y en Tanger Automotive City, una zona franca donde están la fábrica de Renault y las de sus proveedores:”Estamos haciendo una planta para un fabricante italiano de filtros para automoción, y a punto de comenzar otras dos”, explica el director de SIEC. Juan de Miguel destaca el dinamismo que tiene la economía marroquí , pero admite que los resultados no son inmediatos: “Al principio la rentabilidad es pequeña, por no decir nula, pero empezamos a mejorar. Y el objetivo es seguir allí, es una decisión estratégica: fuimos porque aquí había bajado el trabajo, pero con una visión estratégica de largo plazo, no porque España estuviera en crisis”. La aventura, explica, ha servido para que la empresa pudiera mantener el equipo pese a la caída del mercado español: “No hay ningún conflicto de intereses: trabajar en Marruecos nos ha permitido mantener el empleo aquí”.


Semicrol, empresa de nuevas tecnologías

“Los resultados no llegan a corto plazo”

Natalia Alciturri, gerente de Semicrol, junto a Alejandro Gómez, director de Ventas, y Vicente Alciturri, director internacional.

Semicrol, empresa dedicada al desarrollo de sotware, constituyó su delegación mexicana en 2013, y dos años después abrió otra oficina en Colombia. La empresa ya había participado en misiones comerciales y habían constatado que Fundanet, un software propio desarrollado específicamente para la gestión de la investigación, podía tener cabida en Latinoamérica, y especialmente en países que, como México y Colombia, valoran especialmente que la herramienta utilice el propio idioma. “A partir de ahí, contar con presencia en esos países era prácticamente obligado: aunque el producto sea bueno y cuentes con el respaldo de toda tu trayectoria, lo primero que te preguntan es dónde está tu oficina en ese país”, señala Natalia Alciturri, gerente de Semicrol.La expansión internacional, explica, ha aportado a la empresa un mayor conocimiento del sector en todo el mundo, y también de las organizaciones con las que trabajan. Del mismo modo, ha permitido que se mejore el producto, al incorporar las particularidades y funcionalidades que requiere cada cliente. Los resultados económicos, en cambio, son menos inmediatos: “La expansión internacional requiere una inversión importante, y los resultados son alentadores, pero no llegan a corto plazo”.

A la hora de mencional las dificultades, Natalia Alciturri se refiere a algunas que tienen que ver con el país de destino y con cuestiones más o menos coyunturales –como la devaluación del peso que siguió a las elecciones en Estados Unidos– y otras de índole interno: “Es fundamental que el equipo entienda que somos una empresa multinacional. En nuestro caso la respuesta ha sido muy positiva”. Eso ha permitido, explica, que pese a la diferencia horaria todo el conocimiento se mantenga en Santander, gracias a la disposición de la plantilla para modificar puntualmente las horas de entrada y salida del trabajo. También hay obstáculos que la gerente de Semicrol considera más difíciles de entender: “Llegar a Madrid nos cuesta casi más que viajar a México. Eso añade una dificultad enorme y nos resta competitividad a las empresas que estamos en Santander. Es difícil pensar en la internacionalización cuando eso todavía no está resuelto”.


Cantabria Labs (IFC), industria farmacéutica y cosmética

“La crisis no nos afectó especialmente gracias a nuestro proyecto internacional”

usana Rodríguez, directora de Innovación y Desarrollo de Negocio de Cantabria Labs.

Industrial Farmacéutica Cantabria (IFC), que desde enero opera bajo la denominación de Cantabria Labs, es probablemente la más internacional de las empresas cántabras. Sus productos están presentes en 80 países y la mitad de sus 730 empleados trabaja fuera de España. En 2003 adquirió la italiana Difa Cooper, en lo que fue el primer paso de una expansión internacional que continuó con nuevas aquisiciones en Brasil (de donde posteriormente salió), Alemania y Portugal. La red de filiales se completa con las de Marruevos, México y China, países donde la implantación se hizo desde cero, sin comprar una empresa local. “La presencia internacional para nosotros ha sido un modo de crecer y de sacar siempre la mejor versión de nosotros mismos y nuestra ciencia”, señala Susana Rodríguez, directora de Innovación y de Desarrollo de Negocio de Cantabria Labs. Para la empresa, explica, la experiencia internacional ha sido fundamental en todos los órdenes, tanto para mantener la actividad cuando algún mercado fallaba como en aspectos como el ‘know how’ al que obliga la salida al exterior y la relación con centros de investigación líderes en todo el mundo: “También hemos aprendido de proyectos en los que, aunque pusimos todo por nuestra parte, ni el mercado y ni el panorama acompañaron, como fue el caso de Brasil”.

Susana Rodríguez destaca que las cifras de crecimiento de Cantabria Labs –que se mantienen en el entorno del 13% anual– son imposibles de explicar sin la presencia internacional del grupo, que tiene sus fábricas en Torrejón y Santander, y última la puesta en marcha de una nueva planta en La Concha de Villaescusa, con una inversión de 20 millones de euros que multiplicará por 10 la capacidad de fabricación: “Nunca nos hemos planteado no fabricar en España, todo lo contrario”.

La directora de Innovación y Desarrollo de Cantabria Labs considera que, cuanto menos en el caso de su empresa, contar con presencia fuera de España ha sido clave no ya solo para mantener la actividad y el emplo, sino para incrementarlos: “La crisis en España no nos afectó especialmente gracias al proyecto internacional que empezamos a desarrollar hace más de 15 años”, asegura.

 

No menos de una decena de empresas cántabras trabaja habitualmente en proyectos relacionados con la seguridad y la defensa, en actividades de alto valor añadido y con un gran componente tecnológico. Equipamientos para las telecomunicaciones y tejidos especiales para uniformes forman parte de un catálogo que tiene su ejemplo más llamativo en el motor del submarino S-80 fabricado por Gamesa en Reinosa, pero que aporta oportunidades de negocio a empresas de todos los sectores, en la mayor parte de los casos con productos que tienen también una aplicación en el ámbito civil.

Texto de Jose Ramón Esquiaga @josesquiaga

Con una discreción que tiene más que ver con la prudencia que con la obligada confidencialidad, las empresas cántabras que operan en el campo de la defensa constituyen una rareza dentro del tejido productivo cántabro, y no tanto por su número como por situarse a la cabeza del conjunto en aspectos como la investigación, la innovación y el desarrollo de nuevos productos, y también en lo referido a la internacionalización de su actividad. La mayor parte son pymes que no trabajan directamente para el cliente final, muchas de ellas del ámbito tecnológico aunque también hay industrias con contratos relevantes dentro de alguno de los programas más ambiciosos con los que el Ministerio de Defensa busca modernizar el equipamiento de las Fuerzas Armadas. Todas compaginan su actividad en los campos de la seguridad y la defensa con contratos estrictamente civiles, y la generación de sinergias entre una y otra área es precisamente una de las principales fortalezas competitivas para unas empresas que renuevan los históricos vínculos que siempre han existido entre lo civil y lo militar en términos económicos. En lo estrictamente cuantitativo y en lo referido a Cantabria, nadie duda que estos lazos fueron mayores en el pasado –como también lo fue el aprecio y la relevancia social que se les concedía– pero un repaso a la nómina de empresas que en la región trabajan para defensa, y a los productos que fabrican, revela lo trascendentes que siguen siendo a poco que se profundice más allá de las cifras.

El generador fabricado por Gamesa para el submarino S80, en la fábrica del grupo en Reinosa en 2012, listo para su entrega.

En la conferencia que pronunció el pasado 17 de marzo en el Ateneo de Santander, el teniente general Juan Manuel García Montaño, director general de Armamento y Material del Ministerio de Defensa, repasó algunos datos que dan cuenta de la relevancia de la industria española del sector: la facturación total alcanzó en 2015 –último año con las estadísticas cerradas– los 5.620 millones de euros, la mayor parte de ellos –más del 83%– procedentes de ventas realizadas fuera de España. En su exposición dibujó también un perfil de la empresa tipo que trabaja en este sector –tamaño medio, alto componente tecnológico–, que es válido también para describir a quienes en Cantabria son proveedores de productos de seguridad y defensa.

No es fácil conocer cuáles son las empresas cántabras que son proveedoras de Defensa y, de hecho, si atendemos los listados oficiales puede reducirse ese número hasta una cota próxima a cero. Si la referencia es el registro oficial de proveedores, por ejemplo, únicamente Textil Santanderina tiene una presencia constante en ese listado, pero pueden sumarse otras –como Erzia o TTI– si la búsqueda se amplia a otros catálogos. En realidad la nómina de proveedores es mucho más amplia, aunque muchas de las empresas que lo son no suelen constar como tales debido a que trabajan para un tercero que es quien mantiene la relación directa con el Ministerio de Defensa. Esa condición tiene la mencionada TTI, pero también Acorde, Enyca, Setelsa o Fluidocontrol, además de Sidenor. En algunos casos la relación es más o menos puntual, y en algunos otros se trata de proveedores de productos o servicios no relacionados directamente con los programas de seguridad y defensa –mantenimiento de instalaciones o vehículos, por ejemplo– pero no por ello tienen menos relación con esta actividad. A todas las anteriores habría que sumar otras empresas que no trabajan con el Ministerio de Defensa, pero sí para otros departamentos del Gobierno español o para otros países, siempre en contratos relacionados con la seguridad. En ese categoría entraría Ecrimesa, dedicada a la microfundición, o Corrservic Caza SL, que fabrica chalecos antibala para los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.

Curiosamente, en ninguna de estas clasificaciones entraría la empresa de la región con mayor participación en uno de los programas más ambiciosos de entre cuantos tiene en marcha Defensa, tanto por cuantía de la inversión como por aportación tecnológica. La planta cántabra de Gamesa Electric –la antigua Cantarey Reinosa, y anteriormente Cenemesa o ABB– ha sido la encargada de fabricar los generadores eléctricos que se montarán en los submarinos S-80. Se trata de un componente básico en un sumergible que hace de su gran autonomía en navegación sumergida –precisamente ahí donde la propulsión es responsabilidad del motor fabricado en Reinosa– su principal elemento diferenciador. El generador es un diseño original de Gamesa, que la planta de Reinosa entregó en 2012 dentro de los plazos previstos. La fábrica cántabra de Gamesa tenía un contrato inicial con Navantia –el astillero público responsable del proyecto– para fabricar cuatro motores para otros tantos sumergibles, pero el programa S-80 ha atravesado notables problemas técnicos y de financiación y su futuro y alcance está en el aire.

En su diseño inicial, el desarrollo de la serie 80 contaba con un presupuesto de 2.000 millones de euros, y con fecha de entrega del primero de los submarinos prevista para 2012. Errores en el diseño han retrasado la finalización de la primera unidad, que no estará operativa antes de 2020, y han dejado el presupuesto desfasado. En todo caso, el protagonismo que la fábrica campurriana de Gamesa tendrá en el futuro del programa está asegurado. La antigua Cantarey ha vivido en los últimos ejercicios alguno de los mejores años de su historia, algo en lo que el contrato con Navantia ha sido importante por su cuantía y por su aportación en términos de i+D+i y valor añadido, pero no decisivo dado el proceso de diversificación acometido por Gamesa desde que adquirió la planta. Su valor en términos de conocimiento, y la capacidad para trasladar este a nuevos proyectos, es una aportación algo más difícil de cuantificar, pero incuestionable.

Juan Becerro, director general de TTI Norte.

La diversificación en clientes y productos es también una de las características de Textil Santanderina, la única empresa cántabra miembro de la Asociación de Empresas Contratistas con las Administraciones Públicas (Aesmide), una agrupación creada precisamente para actuar como representante de los proveedores de servicios y suministros de defensa, aunque luego ha extendido su actividad a otros clientes públicos. En esa categoría de servicios y suministros para el Ministerio de Defensa entra la alimentación, la logística y transporte o, como es el caso de la empresa cántabra, el vestuario.

El caso de Textil Santanderina es muy representativo de la tipología de las empresas del sector, así como de la forma de responder a las demandas de un cliente tan peculiar como es el ejército. Ahí la aportación de Aesmide es decisiva, por cuanto en su seno se han desarrollado uniones temporales de empresas (UTEs) para dar respuesta a requerimientos específicos, y hacerlo en unas condiciones en las que de nuevo la innovación es una de las características principales. En precisamente en una de ellas en la que se integra la empresa de Cabezón de la Sal, y probablemente en la que mejor demuestra el fruto que puede conseguirse a través del trabajo en común de varias pymes.

La UTE en la que se integra Textil Santanderina es la encargada de vestir a 85.000 militares españoles, y lo hace a través de un sistema único en el mundo y desarrollado específicamente para atender a los requerimientos de este colectivo. Junto a la empresa cántabra trabajan otras 11 pymes y tres grandes compañías, entre ellas un gigante como El Corte Inglés. Entre todas han dado forma a lo que se conoce como Sistema Personalizado de Uniformidad del Ejército de Tierra, una fórmula puesta en marcha en 2008 y que permite que cada militar, a través del ordenador, se responsabilice de reponer sus propios equipamientos, utilizando para ello los créditos con que cuenta cada año. Las prendas y el calzado le llegan después de forma individualizada, al igual que a cualquiera que haga una compra en una tienda electrónica.

La solución ha permitido que el Ejército externalice todo el almacenaje y la logística asociada a esta materia, un tradicional quebradero de cabeza que consumía ingentes recursos económicos y humanos. Para la Administración, explica Gerardo Sánchez Revenga, presidente de Aesmide, el sistema supone un ahorro del 20% respecto a la situación anterior. Para las empresas, la oportunidad de replicar ese mismo mecanismo para otros clientes. El ejemplo es representativo de cómo la innovación alcanza tanto a los procesos como a los productos. En el caso de Textil Santanderina, que dentro de ese equipo de 15 empresas es la encargada de fabricar los tejidos con mayores requerimientos técnicos, la innovación en materiales forma parte del ADN de la fábrica, como también lo es la internacionalización.

Ambos son aspectos comunes a las empresas proveedoras de Defensa, según destaca el presidente de Aesmide, una agrupación empresarial que además de su condición de interlocutor entre la administración y el tejido productivo es también una plataforma para generar sinergias y mejorar las condiciones de comercialización fuera de nuestras fronteras. “Nuestras empresas son capaces de dar respuesta a requerimientos complejos, y la Administración necesita de todas nuestras capacidades. A partir de ahí surge la posibilidad de realizar proyectos que podemos vender a otros clientes. En nuestro ámbito eso no es sencillo, pero tenemos casos de éxito”, explica Sánchez Revenga, que menciona como ejemplo las vías abiertas con la ONU o los trabajos con la OTAN y con algunos países iberoamericanos.

Las empresas agrupadas en Aesmide forman parte de lo que se conoce genéricamente como industria para la defensa, en contraposición con la industria de la defensa que constituirían quienes realizan trabajos vinculados más directamente con los programas de armamento. En esa categoría sí que entrarían los realizados por Gamesa en Reinosa, o los que hacen empresas cántabras del ámbito de las telecomunicaciones, como Erzia –que opera el telepuerto del PCTCAN–, TTI Norte o Acorde Technologies. Acorde diseña y fabrica equipos de comunicación por satélite que, salvo alguna excepción que desde la empresa califican como puntual, siempre suelen realizarse por encargo de un integrador, y no directamente de Defensa. Los dispositivos que fabrica la empresa cántabra son utilizados por los soldados que se despliegan sobre el terreno para comunicar con el satélite. En principio es una tecnología neutra, que puede utilizarse tanto para aplicaciones militares como civiles, pero Santiago Díaz, responsable de Gestión Interna y Calidad de Acorde, destaca las ventajas que tiene el Ministerio de Defensa como cliente: “Nosotros nos especializamos en un nicho de muy altas prestaciones, y ahí trabajar con Defensa es más cómodo, porque es un cliente dispuesto a pagar un plus por la fiabilidad, por la precisión, por cualquier prestación que seas capaz de añadir a los equipos. Eso rara vez sucede con un cliente civil”. Aunque la proporción es variable dependiendo de los años, aproximadamente el 50% de la actividad de Acorde está vinculada con la seguridad y la defensa, y entre un tercio y tres cuartas partes de sus ventas las hace en el extranjero. En cuanto a la inversión en i+D+i, Santiago Díaz calcula que la empresa destina más de un millón de euros todos los años a ese concepto.

TTI Norte, por su parte, se ha convertido en una de las empresas cántabras más internacionales, cabecera de un grupo de 8 compañías que generan 90 empleos de alta cualificación. Los contratos vinculados con la defensa han tenido una importancia capital en esa expansión, aunque en ocasiones no es fácil cuantificarlos, dado que no siempre se conoce el destino que va a dar el cliente –que como en el caso de Acorde suele ser un integrador de sistemas– a los sistemas de comunicación y amplificadores de radiofrecuencia que fabrica la empresa cántabra. “En todo caso estos trabajos tienen una importancia decisiva para nosotros, porque los requerimientos militares siempre son más exigentes que para un uso civil, requieren un esfuerzo mayor y te obligan a ir por delante. Eso siempre deriva en aplicaciones civiles en las que vas a poder hacer valer esa ventaja que has adquirido”, explica Juan Becerro, director general de TTI Norte, que estima en el entorno del 10% la actividad de la empresa que puede vincularse directamente con la defensa, una cifra que insiste en que no es fácil conocer al no tratar directamente con el cliente final.

Esa carretera de doble sentido que discurre entre lo civil y lo militar, y el impulso tecnológico que aporta este último, son las principales ventajas que aportan los trabajos realizados para el sector de la seguridad y la defensa. En el lado de las incertidumbres hay que citar las reservas que provocan estas inversiones en la opinión pública, que son más en un periodo de crisis marcado por los recortes presupuestarios en otras partidas. En su última comparecencia parlamentaria, el secretario de Estado de Defensa cifró en 21.000 millones de euros las cantidades pendientes de pago a la industria por los planes especiales de armamento. Al mismo tiempo, España sigue lejos de cumplir los compromisos de inversión en Defensa adquiridos con sus socios de la OTAN: se mueve en el entorno del 0,9% cuando debería alcanzar el 2% del PIB. En esas cifras se resumen buena parte de las dudas con las que tendrán que convivir las empresas del sector, pero también de la dimensión de las oportunidades que afrontan.

Teniente general Juan Manuel García Montaño, director general de Armamento y Material del Ministerio de Defensa:

“No existen diferencias entre la I+D+i militar y la I+D+i civil”

Juan Manuel García Montaño.

P.- ¿Qué puede hacerse, desde el ámbito de Defensa, para fomentar la capacidad innovadora y tecnológica de las empresas proveedoras? ¿Es básicamente una cuestión de disponibilidad presupuestaria o hay otras vías para alcanzar ese objetivo?
R.- En los últimos años, el Ministerio de Defensa ha liderado diferentes iniciativas y actuaciones al objeto de que las empresas españolas aumenten su competitividad fomentando en ellas su capacidad innovadora y modernizadora, no sólo en los aspectos puramente tecnológicos de I+D, sino también en el ámbito de la mejora de sus procesos de gestión industrial y comercial. Entre estas iniciativas y actuaciones, cabe destacar la “Estrategia Industrial de la Defensa” (EID) y la “Estrategia de Tecnología Innovación para la Defensa (ETID). La EID tiene como objetivos fundamentales identificar, promover y potenciar el desarrollo de una base industrial y tecnológica nacional vinculada a la defensa y la ETID el fomento de la I+D+i en Empresas y Centros Tecnológicos, el fomento de la diversificación hacia áreas tecnológicas emergentes, el apoyo a la implantación de modelos empresariales más eficientes, y la promoción de medidas de eficiencia y aumento de la productividad.

P.- En sentido contrario, ¿en qué medida es importante la aportación de las empresas para aumentar las capacidades tecnológicas de las Fuerzas Armadas?
R.- Las actividades de Investigación y Desarrollo de Defensa se incluyen en la Estrategia Española de Ciencia y Tecnología y de Innovación (2013) como un sector específico. De hecho las actividades de investigación en el ámbito civil y de defensa se desarrollan en un entorno cada vez más convergente, donde la investigación en defensa se revela como un factor multiplicador de la economía y de la investigación civil. En este sentido, hay que destacar que no existen diferencias entre la I+D+i civil y la I+D+i de defensa, sino en el uso posterior que se le dé a las tecnologías desarrolladas.

P.- ¿Qué diagnóstico puede hacerse de la capacidad industrial de las empresas españolas para satisfacer las necesidades de Defensa?
R.- En la actualidad, la industria de defensa es uno de los sectores estratégicos de la economía española y uno de los motores de fortalecimiento de la base industrial y tecnológica de nuestro país al contar con un alto valor añadido y una gran componente tecnológica. Pero este sector industrial no sólo es de gran importancia bajo el punto de vista de productividad económica, o como generador de negocio y empleo directo, sino que también se caracteriza por su elevada complejidad industrial y tecnológica.

La empresa cántabra Textil Santanderina y el Centro Tecnológico de Componentes se integran en un consorcio que buscará nuevas formas de producir grafeno y de aplicar este componente a la fabricación de tejidos ignífugos. El proyecto, en que además de las dos entidades cántabras participan dos empresas riojanas y un centro tecnológico de esa comunidad autónoma, cuenta con un presupuesto cercano al millón de euros y con financiación del Ministerio de Economía y Competitividad.

Texto de Jose Ramón Esquiaga @josesquiaga

Aunque todo admite matices, el coste de la inversión y lo incierto de los retornos son dos de los principales obstáculos que condicionan la investigación, el desarrollo y la innovación en las empresas, sobre todo cuando estas no cuentan con el tamaño suficiente como para minimizar estos riesgos. Encontrar una vía alternativa para solventar esas trabas es una de las funciones de los centros tecnológicos, y también uno de los objetivos que persiguen iniciativas como la puesta en marcha por un grupo de empresas riojanas y cántabras, con presencia entre estas últimas de Textil Santanderina. Juntas en un consorcio del que forman parte igualmente dos centros tecnológicos –el riojano Interquímica y el Centro Tecnológico de Componentes (CTC), cántabro– han puesto en marcha un proyecto de investigación para buscar nuevas formas de fabricar el grafeno y de utilizar este material para la producción de tejidos resistentes al fuego.

El proyecto, bautizado como Grafentex, cuenta con un presupuesto de 924.712 euros y un plazo de ejecución de treinta meses. Además del objetivo planteado en materia de industrialización, la iniciativa es en sí misma un desafío a las inercias que restan impulso a la investigación, el desarrollo y la innovación españolas. De hecho, Grafentex ha conseguido cofinanciación por parte del Ministerio de Economía y Competitividad a través de la convocatoria del programa Retos-Colaboración. Bajo esta denominación, que resume los términos en que se plantea el propósito del plan, el programa quiere estimular la creación de una masa crítica en materia de I+D+i a través de la unión de empresas con actividades diversas para conseguir objetivos concretos en cada uno de sus campos de actuación.

En el caso del proyecto en el que participan Textil Santanderina y el CTC, la coordinación corresponde a la empresa Avanzare, que ostenta una posición de liderazgo en Europa como productora de grafeno y otros nanomateriales. El equipo multidisciplinar lo completa la propia Textil Santanderina, una referencia internacional como fabricante de tejidos técnicos, y Talleres Ruiz, empresa especializada en el desarrollo y producción de reactores químicos. La aportación de los centros tecnológicos, al igual que sucede con las empresas, es también complementaria: el Instituto de Tecnologías Químicas Emergentes (Interquímica) de La Rioja, muy posicionado en el sector que le da nombre y en su comunidad autónoma, y el CTC, con una larga trayectoria investigadora en relación con los nuevos materiales.

La composición del consorcio es acorde con el doble objetivo que se persigue: la optimización del proceso para la obtención del grafeno y su aplicación a la producción de textiles técnicos resistentes a las llamas. La aportación cántabra se centra sobre todo en este segundo aspecto. El CTC trabaja específicamente en la tecnología innovadora para la confección de telas ignífugas. Para ello, se preparan dispersiones de grafeno que posteriormente se integran en los tejidos técnicos. El aditivo de grafeno mejora la resistencia al fuego de uniformes de bomberos, buzos para empresas de fundición, ropa de trabajo industrial, etc. Del mismo modo, se minimiza el impacto ambiental generado por las sustancias químicas que se utilizan para alcanzar esta propiedad en la actualidad. Ello permitirá a Textil Santanderina fabricar textiles ignífugos de bajo impacto ambiental y altas prestaciones, reforzando el liderato europeo de la empresa cántabra en el sector de los tejidos técnicos.

Según apunta el CTC en su valoración del acuerdo, el proyecto Grafentex y la colaboración con Textil Santanderina es un perfecto ejemplo de lo que puede dar de sí la colaboración entre una empresa innovadora y el único centro tecnológico que existe en la región. El uno aporta la investigación y la innovación, en tanto que la labor de la fábrica como desarrollador y usuario final permite completar todo el proceso de I+D+i. Como resultado final, apuntan desde el CTC, llegarán al mercado productos de alto valor añadido y bajo impacto ambiental.

Algunas de las empresas cántabras con más volumen de negocio han conseguido salvar los años más duros de la crisis con incrementos en las ventas, en ocasiones en porcentajes muy significativos. Aunque con actividades diversas, tienen puntos en común: casi todas operan en sectores tradicionales, apuestan por la investigación y el desarrollo y no dependen de la financiación bancaria para mantener sus inversiones.

Texto de José R. Esquiaga @josesquiaga Fotos de Nacho Cubero
Publicado en febrero de 2013

Con la economía contrayéndose, bloqueado el acceso al crédito bancario, sin el motor de la inversión pública y con el consumo de las familias en mínimos, sigue habiendo empresas que son capaces de mantener o incrementar su volumen de negocio, y hacerlo en ocasiones en porcentajes muy significativos. Aunque la nómina de quienes lo consiguen es lo suficientemente heterogénea como para desalentar la búsqueda de puntos en común entre todas ellas, lo cierto es que el insólito incremento de las ventas responde en la mayor parte de las ocasiones a la aplicación de fórmulas que tienen poco de secretas aunque, a fuerza de repetidas, han terminado por perder credibilidad. La internacionalización, la apuesta por la investigación y desarrollo de producto, la reinversión del beneficio y el no estar lastradas por la deuda son, en todo o en parte, algunos de los factores en común en la relación de empresas cántabras que han conseguido situar su volumen de ventas actual por encima de las cifras que registraban en 2007, último ejercicio antes de que comenzara la tormenta de la crisis. También, y no es un elemento desdeñable, el operar en sectores que se han visto menos afectados por la recesión, aunque incluso en estos casos lo reducido de la lista dota de toda la relevancia a las pocas empresas que consiguen crecer.

Para elaborar la relación de empresas que acompaña estas líneas, Cantabria Negocios ha utilizado los datos de ventas publicados en los directorios empresariales que anualmente publica la revista –y accesibles también en www.empresasdecantabria.es–, y elaborados con información del registro mercantil y de las propias empresas. La comparación se efectúa entre las cifras de 2007, antes por tanto de la crisis, y las de 2011, el último ejercicio del que existen datos cerrados, buscando aquellas empresas en las que la segunda cantidad es mayor que la primera, y quedándonos únicamente con aquellas que facturan más de 20 millones de euros. Obviamente, la fórmula elegida admite matizaciones: la cifra de ventas de 2012 podría dar al traste con la subida de los cinco años anteriores, la mayor facturación no implica necesariamente –en algunos casos la relación puede ser inversa– una mayor rentabilidad. Además, no se tiene en cuenta a empresas con domicilio fiscal fuera de la región y la ausencia de datos de alguno de los años de referencia puede haber dejado fuera alguien que merecería estar en la lista. Con todo, la relación de empresas resultantes, y las cifras que han dado lugar a la inclusión, es lo suficientemente significativa para poder decir, cuanto menos, que son todos los que están.

Las 17 grandes empresas cántabras que han conseguido incrementar sus ventas en el cuatrienio que va de 2007 a 2011 sumaron este último año una facturación conjunta de 1,4 millones de euros, lo que supone casi un 25% de incremento en el periodo de referencia. Es un porcentaje de dimensión suficiente como para minimizar el riesgo de que un mal año 2012 haya dado al traste con la mejora acumulada, si bien es cierto que la subida de ventas no es lineal, y alguna de las empresas que aparecen en el cuadro ha registrado incrementos más modestos. No es el caso de la primera de ellas, Semark AC Group, empresa propietaria de los supermercados Lupa, que se sitúa como la que más ha mejorado sus ventas en términos absolutos, y entre las que más lo ha hecho en porcentaje. Para terminar de despejar dudas, en este caso ya se conoce el dato de ventas de 2012, 387 millones de euros, que suma otro 5 por ciento a la cifra de 2011.

Expansión geográfica

Lupa ha mantenido en los últimos años una política de expansión que ha incluido la apertura de nuevos supermercados, tanto en Cantabria como en Castilla y León, lo que en buena medida ha sustentado la subida en el volumen de negocio. En esa evolución sigue la estela de otras empresas de distribución que han hecho de la relación entre calidad y precio la clave de su competitividad. Otro tanto puede decirse de las tres empresas alimentarias que aparecen en el listado, y que sitúan a este sector como el más representado en el cuadro. Es también, según recogen reiteradamente los estudios de las consultoras, el sector en el que márgenes y rentabilidad –nunca demasiado elevada en alimentación– se han visto más afectados por la crisis. El volumen y el crecimiento se convierten así en recursos casi obligados para mantener una mínima rentabilidad.

Si nos remitimos a esos dos conceptos –volumen y crecimiento– nadie se ha movido en los últimos años más y mejor que Gildelasal. Lo que nació como un pequeño taller textil dedicado a la confección de prendas vaqueras es hoy un pequeño gigante que factura 48 millones de euros –casi ocho veces más que en 2007– y que es uno de los principales proveedores de moda para Inditex. La empresa de Cabezón de la Sal, muy vinculada en su origen con Textil Santanderina –presente también en la lista–, realiza en Cantabria todo lo relacionado con el diseño y patronaje de las prendas, que se confeccionan posteriormente en Marruecos. Fuentes de la empresa apuntan algunas claves para conseguir mantener el crecimiento en tiempos de crisis: flexibilidad y rapidez en el servicio para adaptarse a las necesidades del cliente, capacidad de sacrificio por parte de la plantilla y ser capaces de identificar rápidamente tendencias en lo que se conoce como pronta moda, aquella en la que la altísima velocidad de rotación deja fuera a la competencia más alejada, o aquella que no es capaz de elaborar productos complejos.

Internacionalización y valor añadido

Son virtudes aparentemente muy circunscritas al ámbito textil, pero que no son muy distintas de algunas que mencionan en otras empresas: internacionalización y búsqueda de valor añadido, ya sea en la fabricación o en la comercialización. También, y aunque Gildelasal externaliza el grueso de la fabricación, la relación de fortalezas que debe cumplir una empresa para crecer en tiempos de crisis no excluye, ni mucho menos, a las industrias. Un vistazo al listado permite decir que, antes al contrario, la industria se ha mostrado como especialmente capaz de competir en un entorno tan complicado como el actual: con las únicas salvedades de Lupa, Centro Farmacéutico del Norte, Tiendas Conexión y Marino Berrio –y esta última es una excepción sólo relativa– todas las empresas del listado son industrias.

En realidad, y si algo deja claro la nómina de empresas que han conseguido crecer en los últimos cuatro años, es que son los sectores más tradicionales los que en mayor medida han conseguido aguantar la crisis, cuanto menos entre las empresas de mayor tamaño. También puede darse la vuelta al argumento: no hay nada que impida a las industrias más tradicionales competir con cualquiera, lo que no significa que todas lo consigan. Probablemente el caso más llamativo en este sentido sea el de Vitrificados del Norte, Vitrinor, fabricante de menaje para cocina en acero vitrificado, una actividad que prácticamente ha desaparecido en España ahogada por la competencia asiática. Lo excepcional de Vitrinor viene dado no sólo por su inopinada supervivencia –nadie daba un euro por ella cuando renació de la descomposición de la antigua Magefesa– sino por su condición de sociedad laboral, esto es, propiedad de los propios trabajadores. Según los gestores, esta última es una condición sin la que no puede explicarse el éxito de la fábrica.

Vitrinor nunca ha repartido dividendos, de manera que todos los beneficios han sido reinvertidos en la empresa, tanto en el desarrollo de productos como en la mejora de procesos. Las inversiones continuas, y el que éstas no dependan de financiación ajena, es otro de los elementos comunes que pueden rastrearse entre las empresas de éxito. Una de ellas, Industrial Farmacéutica Cantabria (IFC), opera en un sector, el cosmético, en el que la investigación y el desarrollo son claves. Los productos de la empresa tienen una sólida presencia en mercados como Brasil o México, donde la crisis está pasando de largo, pero esa internacionalización –apuntan desde la empresa– sería imposible si no se hubiera invertido constantemente en el desarrollo del producto. Exportar con éxito sin contar con un producto diferenciado, con un genérico sin valor añadido, es imposible.

Los responsables de IFC, que fabrica toda su producción en España, están convencidos de que la industria española sigue siendo perfectamente competitiva, en términos de productividad y en capacidad de desarrollo e innovación. No son tan optimistas, cuanto menos a medio plazo, con la capacidad de la demanda nacional para tirar de la economía, algo que convierte la exportación en recurso obligado. El mercado exterior, además, no sólo aporta volumen, sino que permite minimizar los riesgos de que ese crecimiento se haga a costa de márgenes lo que, a su vez, puede derivar en una reducción de la capacidad de la empresa para invertir en desarrollo de producto. Evitar ese peligro, que alimentaría un círculo vicioso de difícil salida, es un reto para cualquier empresa, como lo es también el demostrarse capaces de competir contra el ciclo económico. Como demuestran las empresas traídas a estas páginas, no es un desafío imposible.