Un siglo de luces
En sus cien años de historia, Viesgo ha logrado tornar de pequeña generadora a una de las grandes compañías eléctricas del norte de España, gracias a la adquisición de un patrimonio que logra dar energía a más de medio millón de clientes.
Texto de Juan Dañobeitia. Publicado en abril 2006
De un lado, Calixto Rodríguez García, Fernando Villaamil e Iglesias y Luis Castillo y Gogorza; del otro, el notario bilbaíno Agustín Malfaz. En el centro de la mesa, las escrituras de constitución de la Sociedad Anónima Electra de Viesgo. Se culminaba así el proceso de compra de los derechos de explotación que la Sociedad General de Centrales Eléctricas poseía en Santander, recién hubo inaugurado sus instalaciones en la capital cántabra. Corría el año 1905 y tan sólo unos meses después, en julio del año siguiente, tenía lugar la firma en la capital vizcaína.
Una central hidráulica sobre el río Pas a su paso por Puente
Viesgo, una línea eléctrica de 25 kilómetros que unía la central con Santander, una caseta receptora en Polio y una central en la calle Tantín. En sus comienzos, Viesgo no era sino una incipiente empresa eléctrica que trataba de dar luz a las calles de una ciudad hasta entonces sombría. Su competencia, hoy desaparecida, o absorbida por Viesgo, la conformaban la sociedad Eugenio Lebón y Cía y la Electra Pasiega. El capital necesario para constituir la sociedad llegó hasta el millón de pesetas, repartido en dos mil acciones de quinientas pesetas cada una. Las semillas de lo que entonces resultaba inconcebible –una nevera funcionando, un interruptor que enciende una luz– se confinaban en unas oficinas de la calle Tantín, cercana al río de la Pila, que por aquel entonces sí era un río.
En estos primeros pasos de recién nacido, el capital vasco entra en la empresa. Lucas Urquijo –fundador de Hidroeléctrica Urquijo– adquiere la totalidad de las acciones y la empresa cambia de manos. César de la Mora y Abarca se convierte, tras una ampliación de capital que elevó el valor de la empresa hasta los siete millones de pesetas, en el presidente de la Sociedad. Es el año 1908 y el dinero entrante hace crecer a la comdemanda pañía.
No pasaron ni dos años hasta que Viesgo, en parte obligada por la creciente de energía de las industrias que trabajaban en Santander, amplía su patrimonio. Se hace con el salto de agua de Bárcena, cuya potencia alcanzaba los 2.700 kW. En ese mismo año, comienza la construcción de la central términa de El Astillero. Los saltos de Urdón, del río Lima y el de Camarmeña; compra de concesiones de aprovechamientos hidráulicos en los ríos Torina, Cares, Navia y Sil. La década de los años 10 es la de afianzamiento de una empresa que, a pesar de nacer como una timorata compañía –surgió para ocupar una modesta parte del mercado y el tiempo devino en que terminara por hacerse con él–, hoy mueve uno de los mayores capitales humanos de la región, con más de 600.000 clientes repartidos por toda la geografía norte de España.
La ecuación de Viesgo se convierte en exponencial durante el primer tercio de siglo. Crecer se convierte en la principal estrategia y la construcción del salto de Doiras, sobre el río Navas, refrenda la relevancia que va cobrando la eléctrica. Y es también durante la década de los 40 cuando Viesgo confirma su solvencia: la compra de cuatro compañías de reputada importancia (Electra Pasiega, Vasco–Montañesa, Salcedo, del Esva y Compañía de Electricidad Montaña) le sitúa con una cartera de clientes que supera los límites de la región: Asturias, Palencia, Burgos y Lugo cuentan ya con la energía de Viesgo.
Medio siglo de empresa ha servido a Viesgo para convertirse en referente nacional de la luz y la energía. Demostrada ya su capacidad –pudiendo volver a la actividad tan solo cuatro días después del devastador incendio que asoló Santander en el año 1941–, a la empresa sólo le queda ya no cejar en su empeño expansivo: nuevos saltos de agua que generen la energía suficiente como para hacer frente a la demanda presente; la puesta en marcha de grandes instalaciones de producción, como las centrales térmicas de Soto de Ribera y de Guardo. Y el epicentro de una nueva era: la participación activa en la construcción de la central nuclear de Santa María de Garoña, que entró en funcionamiento en el año 1971 –en su primera década de actividad logró producir 12 millones de kWh para Viesgo.
El accionariado de la compañía siempre se definió por el absoluto reparto de los valores. Nadie computó en su haber más de un 10 por ciento del capital de la empresa. Nadie hasta que en 1983 se hace efectiva la OPA del Banco de Santander, asegurándose así el control de la Sociedad, lo que trajo consigo el cambio de domicilio social –hasta la fecha en Bilbao– a la capital cántabra.
Los planes de electrificación rural, la mejora de las redes de distribución y el servicio de atención al cliente fueron las nuevas miras que se dictó la eléctrica, ahora en manos de una de las entidades financieras más importantes del país. Viesgo era ya una productora consolidada, situada como una de las principales eléctricas de la nación y Endesa, el monstruo energético español, clavó los ojos en su accionariado. El Banco de Santander no puso remisión al cambio de mando y Endesa se hizo con el 87,62 por ciento del capital. Los entresijos financieros de la última década del pasado siglo culminan con la compra de Electra de Viesgo por parte del grupo italiano Enel –una de las principales compañías eléctricas del mundo por capitalización bursátil y con una clientela que ronda los 30 millones de usuarios– el 8 de enero del año 2002. Merced a esta adquisición, Viesgo recuperó los activos de generación con que se hizo Endesa durante aquel periodo, además de lograr ampliar su patrimonio con la concesión de seis térmicas. Por contra, no recuperó el 50 por ciento de su participación en Nuclenor –empresa propietaria de la central de Garoña– que siguió en manos de Endesa Generación.
En sus cien años de existencia, Viesgo ha dado vida a cientos de factorías, ha tejido con cables imposibles el cielo de la región, ha dado la posibilidad de que un paseo nocturno se convierta en un edén y ha trastornado el día a día de aquellos que de repente se encuentran ante un apagón. Las velas se convirtieron en el escondite del poeta, la oscuridad en un irse a descansar y la Navidad en un sueño para niños y un derroche para mayores. Luz es ganarle horas al atardecer, vivir plagado de comodidades y dejar funcionar a la ciudad. Pero tal y como lo entendemos hoy. Porque hace 100 años…