Un trampolín para saltar del laboratorio al mercado

El programa ‘Mind the Gap’, de la Fundación Botín, busca impulsar el desarrollo de productos y servicios de base científico-tecnológica en el ámbito de la salud, facilitando que de la investigación puedan surgir proyectos empresariales con capacidad para consolidarse y crecer, aportando financiación e incorporando a profesionales que puedan aportar una visión estratégica a las iniciativas en las que se implica. En los diez años que han pasado desde su puesta en marcha, ‘Mind the Gap’ ha invertido más de 3,5 millones de euros en empresas que, a su vez, han logrado captar otros 16 millones en rondas de financiación adicional. El programa ha colaborado con la UC, el Hospital Valdecilla y el Idival, pero ‘Mind the Gap’ no ha participado por el momento en ningún proyecto nacido en Cantabria, aunque sus responsables están convencidos del potencial de la región para hacerse un hueco en el sector de la biotecnología, sobre todo en el ámbito de la salud.

J. Carlos Arrondo | Octubre 2020

Mind the Gap’ –cuidado con el hueco– es el mensaje de precaución situado al borde de los andenes del metro de Londres. A modo de metáfora, la expresión bien pudiera alertar del peligro al vacío con que se enfrenta la investigación científica española, capaz de obtener resultados prometedores en el laboratorio, pero con muchas dificultades para lograr transformar ese potencial en un beneficio social y económico. Así lo entendió la Fundación Botín, que, tras identificar la carencia de recursos y otro tipo de apoyos para que estas iniciativas superen esa brecha, en 2010 puso en marcha el programa ‘Mind the Gap’ como un impulso en fases tempranas a proyectos empresariales desarrollados en el seno de instituciones de investigación y relacionados con la biotecnología. El apoyo se sustancia tanto en una innovadora fórmula financiera, en la que la Fundación Botín y otros inversores participan temporalmente en el capital de las empresas, como en un acompañamiento experto que contribuye a que los productos o servicios surgidos del ámbito de la ciencia alcancen el mercado.

A partir de la experiencia adquirida en otro programa, dedicado a mejorar el proceso de transferencia tecnológica en grupos de investigación, el área de ciencia de la Fundación Botín decidió la puesta en marcha de ‘Mind the Gap’. Su directora, Pepa Limeres, explica cómo, al ayudarles a identificar los resultados susceptibles de explotación, observaron las dificultades que debían salvar esos proyectos para salir del laboratorio y alcanzar el mercado, con el riesgo de acabar en un cajón si no hacían algo por ellos. “Diseñamos la intervención al darnos cuenta de que es una carencia general. El objetivo es contribuir a que los resultados de las universidades, centros e institutos de investigación lleguen a materializarse si realmente tienen potencial”, apunta la responsable del programa, quien advierte de que su interés tiene una doble vertiente: “Trabajamos en el ámbito de las ciencias de la vida para que haya productos o servicios de base científico-tecnológica que mejoren la salud y la calidad de vida de las personas, pero también estamos apoyando a start-ups que generan actividad económica y riqueza”.

Pepa Limeres, coordinadora de Programas del Área de Ciencia de la Fundación Botín.

Las convocatorias de ‘Mind the Gap’ están abiertas a centros de investigación españoles, públicos o privados, y a empresas interesadas en promover líneas de negocio basadas en conocimientos o tecnología procedentes de dichas instituciones científicas. Cada entidad puede presentar uno o varios proyectos de carácter biotecnológico con una solicitud de inversión que no supere los 500.000 euros en dos años. Pepa Limeres subraya el rigor y la complejidad del proceso de selección de los proyectos, que se desarrolla en varias fases: “Para cubrir todos los aspectos que queremos evaluar –ciencia, inversión y rendimiento, propiedad intelectual e industrial– utilizamos expertos externos e independientes”. En la decisión final destaca la importancia de que la ejecución de la propuesta presentada suponga una transferencia real de la ciencia al mundo de los negocios y que la empresa proyectada tenga capacidad de alcanzar en dos años la madurez suficiente para asegurar su continuidad: “Que no estemos simplemente lanzándola al siguiente vacío, que lo que aportamos sea un impulso decisivo para el proyecto. También valoramos su impacto social y el carácter disruptivo, innovador y original de la tecnología en que se basa”.

El programa está orientado a transformar los proyectos seleccionados en empresas y para ello se parte de una fórmula financiera innovadora, el ‘impact investing’ o ‘inversión de impacto’. A diferencia de otras líneas de apoyo a empresas emergentes, ‘Mind the Gap’ entra como inversor en el capital de las compañías y lo hace con la finalidad de producir cierto impacto social. No obstante, como describe su directora, desde el principio fueron conscientes de que también era muy importante perseguir un retorno económico en la inversión: “Por dos motivos. El primero es que si conseguimos recuperar lo invertido o si tenemos beneficio, vamos a poder multiplicar nuestra capacidad de apoyar otros proyectos sociales. El segundo es que nos da la medida de que esto funciona, nos permite generar referencias que incluso pueden animar a otras entidades a hacer algo parecido”. En 2017 la Fundación Botín decidió abrir la puerta a un grupo de inversores interesados en participar en esta iniciativa. A través de un vehículo de cofinanciación que los agrupa, el compromiso inicial contemplaba una aportación de 3 millones de euros para financiar un mínimo de seis proyectos.

“Tenemos un grupo muy reducido de inversores de diferentes perfiles –institucionales, ‘family offices’, etc– y cada uno tiene sus motivaciones. En algunos casos puede ser la responsabilidad social corporativa, pero también el interés por conocer el sector biotech”, indica Pepa Limeres. En su opinión, el interés que puede mover a estos inversores a participar en el programa siempre tiene cierto componente social: “Evidentemente, no podemos ofrecer ni ofrecemos un producto financiero y todos los que coinvierten con nosotros saben que no podemos prometer ciertas rentabilidades”. Una participación máxima de 500.000 euros en el capital de cada empresa, en industrias –como la biomedicina y el desarrollo de fármacos– que generalmente requieren mucho tiempo y grandes inversiones, sólo es la semilla para comenzar a crecer. Por eso la inversión se reparte según un calendario de hitos conforme al plan de desarrollo establecido: “El hito final siempre va a incluir la continuidad porque no queremos impulsar un proyecto al vacío, sería tirar el dinero. Cuando se incorpora al programa hacemos un acompañamiento estrecho, un seguimiento muy estricto”. 

Los promotores de los proyectos son científicos que suelen estar alejados del mundo empresarial y generalmente adolecen de muchas carencias en todos los aspectos de los negocios, por lo que sólo el apoyo financiero no es suficiente para su impulso. ‘Mind the Gap’ contempla esta realidad y trata de ayudarles a superar el gran salto que hay entre la ciencia y el mercado, la industria, las instituciones o los inversores mediante una metodología específica de apoyo a la maduración, denominada ‘acompañamiento al proyecto’, que se materializa en la inclusión de asesores expertos. “Son profesionales de alto nivel y experiencia en emprendimiento que se incorporan al proyecto y

Coordinación del proyecto ‘Mind the Gap’

proporcionan orientación para que se convierta en una iniciativa empresarial viable”, precisa Pepa Limeres, que resalta la importancia de esta figura: “No es un mentor, sino que es un profesional en activo, remunerado, que se integra en el consejo de administración de la compañía. Está muy involucrado, sobre todo al principio, en llevar de la mano el proyecto y aportar una visión estratégica. Este acompañamiento es crucial”.

‘Mind the Gap’ lleva invertidos más de 3,5 millones de euros y actualmente cuenta en su cartera con diez empresas. Desde 2010, las sociedades participadas han conseguido captar 16 millones en distintas rondas de financiación adicional, lo que supone que por cada euro invertido por el programa ha logrado movilizar 4,5 de capital privado. En 2019, el volumen de facturación conjunta de estas compañías ascendió a 1,4 millones de euros y emplearon en total a 53 personas. Con la prudencia que exigen los desarrollos tan prolongados que caracterizan a la biotecnología, la responsable de la iniciativa constata algunos aspectos positivos ya visibles: “Es meritorio tener tantas empresas activas porque la mitad de ellas se crearon entre 2010 y 2015, cuando la vida media de la start-up española está en torno a dos años. Teniendo en cuenta los ciclos largos, tardaremos todavía en ver un rendimiento económico, pero la parte de impacto social sí la estamos viendo: están generando actividad económica, empleo altamente cualificado y algunas ya están en el mercado con servicios que benefician a pacientes”.

 

En 2018, seis años después de la inversión inicial en Dreamgenics, la venta de la participación de la Fundación Botín en esta empresa asturiana de desarrollo y explotación de productos y servicios de bioinformática ha supuesto la primera desinversión en la trayectoria de ‘Mind the Gap’: “Conseguimos recuperar el principal con un beneficio razonable, por lo cual estamos contentos”, afirma la directora del programa. Admite que no es fácil determinar el momento adecuado en el que finalizar su acompañamiento al no existir una fórmula para todos los casos: “No somos inversores profesionales y si no estás familiarizado con el ‘venture capital’ es ‘fácil’ invertir en una empresa, pero salir es complejo, sobre todo en estas empresas que tienen ciclos largos. Consideramos que nuestro papel está cumplido cuando la empresa ya no necesita la incubación inicial y ha alcanzado la madurez para captar los recursos que necesita”.

Por ahora sólo ha habido una desinversión, pero hay otras empresas que ya han alcanzado el mercado, incluso con cierto éxito, aunque permanecen en la cartera de ‘Mind the Gap’ recibiendo el apoyo necesario para apuntalar su continuidad. Un ejemplo es Life Lenght, que fue creada en 2010 con la financiación inicial de la Fundación Botín y hoy está en lo más alto de la oncología, la medicina preventiva e investigación contratada. Otro caso significativo es el de Epidisease, fundada en 2014 y con el apoyo económico y de gestión de la fundación cántabra desde 2018, cuya actividad destaca por el desarrollo de herramientas de diagnóstico epigenético y en ofrecer servicios de análisis en dicho campo. Pepa Limeres cree que son referentes muy apropiados para visibilizar cómo, teniendo presente la doble vertiente de la ‘inversión de impacto’, el retorno económico se subordina al impacto social: “Somos una fundación, por lo que lo primordial es cómo podemos beneficiar a las personas y a la sociedad con nuestras acciones”.

La actividad de Life Lenght y Epidiase en el campo de la biomedicina se traduce en el desarrollo de una serie de servicios que contribuyen a mejorar la salud y el bienestar de la población. Desde abril, en el momento más crítico de la epidemia de coronavirus en España, ambas han incrementado su aportación al beneficio social al incorporarse a la ‘Alianza COVID-19’, un consorcio privado formado por un centenar de empresas y centros de investigación. Ante la escasez de medios materiales y humanos para realizar un volumen importante de pruebas PCR en los primeros momentos de la crisis sanitaria, el grupo puso a disposición de las autoridades sus laboratorios homologados en esta técnica de diagnóstico. Entre ellos, los de las dos empresas de ‘Mind the Gap’. Para la directora del programa esto es un motivo de orgullo: “Es una fantástica noticia que sociedades que hemos impulsado hayan hecho este esfuerzo por responder rápidamente a unas necesidades urgentes de nuestro país. Demuestra su voluntad de servicio y su capacidad de adaptación e innovación”.

El hecho de que hasta ahora ninguno de los proyectos seleccionados tenga su sede en Cantabria no significa que sea un programa ajeno a la comunidad. No sólo parte de una iniciativa de una institución cántabra como es la Fundación Botín, sino que ésta también participa como inversor en las empresas. Además, la responsable de ‘Mind the Gap’ señala la relación estrecha que siempre han tenido con otras entidades de la región: “Desde que estamos trabajando en ciencia hemos colaborado y colaboramos con la Universidad de Cantabria, el Hospital Marqués de Valdecilla y el Instituto de Investigación Marqués de Valdecilla; sobre todo en los primeros tiempos, antes de que hubiera una convocatoria, les invitábamos para poder trabajar en un entorno controlado y de confianza”. Y no duda en destacar las grandes aptitudes con las que cuenta Cantabria para hacerse un hueco en el sector biotecnológico: “Nosotros estamos convencidos de su enorme potencial, particularmente en el ámbito de la salud”.

Para una comunidad pequeña y alejada de los grandes centros científicos y financieros resulta difícil materializar el potencial de su calidad científica. En una dimensión menor, las dificultades de ‘Mind the Gap’ para transformar ideas prometedores en empresas viables y competitivas pueden ser similares. Su reducido tamaño les impide abarcar muchos nuevos proyectos –tres por convocatoria– y eso supone que para avanzar deben afianzar bien sus pasos. “Después de diez años, estamos en una etapa de consolidación, evaluando resultados y tratando de validar el escalado del modelo”, resume Pepa Limeres. Considera que la calidad de la investigación científica española no termina de verse reflejada en un tejido productivo dinámico e innovador y que lo que pretende el programa que lidera es contribuir al cambio cultural que lo facilite. La situación actual derivada de la pandemia por SARS-CoV-2 puede ayudar a acelerar ese proceso en el campo de la biotecnología: “Esta crisis ha demostrado a todo el mundo, y en particular a los inversores, que la salud es un valor seguro: siempre vamos a preocuparnos de la salud, siempre vamos a tener retos en ese ámbito”.