Una parada en el tiempo

A algunos de los viajeros que se acercan hasta el balneario de Corconte les cuesta creer que el cuidado conjunto arquitectónico que acoge sus instalaciones haya surgido, como quien dice, del agua. Sin embargo fueron únicamente las virtudes de ésta –pese a la belleza del paisaje, Corconte no ha sido nunca un gran destino turístico– las que permitieron en su momento levantar el balneario y hacer de éste un lugar de peregrinaje para quienes buscaban alivio a los males del cuerpo. Eso fue así en los primeros tiempos, cuando el veraneo era cosa de ricos y se prolongaba durante los tres meses de estío, y continuó siéndolo, con los altibajos que marcan los cambios de costumbres, hasta nuestros días, en los que los balnearios han vuelto a hacer valer su capacidad para templar los nervios del urbanita más estresado.

La primera noticia sobre las virtudes del agua nacida en Corconte la proporciona un relato, con tintes legendarios, que cuenta la historia de un caballo moribundo, abandonado por su dueño en aquellos parajes, que experimentó una milagrosa recuperación tras beber las aguas de un manantial, por entonces, desconocido. Más fácil es rastrear el origen del actual balneario, un empeño personal de Juan Correa López, empresario santanderino con intereses navieros e importantes recursos económicos. La mala salud de la esposa del fundador hacía de ésta una asidua cliente de las más afamadas instalaciones termales europeas, en las que a pesar de todo no encontraba remedio a sus males. Sí lo hizo, en cambio, en una modesta casa de baños que aprovechaba el caudal del mismo manantial en el que bebió el caballo de la leyenda, en un paraje que, para mayor virtud, se encontraba mucho más cerca del hogar familiar que los ineficaces balnearios noreuropeos.

Convencido pues de las virtudes del agua, y buen conocedor del uso que en el extranjero se hacía de las mismas, Juan Correa levantó en 1890 el primero de los edificios del balneario, dando el impulso necesario para que el establecimiento se hiciera un hueco dentro de las preferencias de la por entonces muy selecta clase de los veraneantes. Eran los tiempos en los que las familias pudientes se desplazaban al completo, con enseres y criados, para pasar largas temporadas en unas instalaciones que convertían en su segundo hogar. El éxito de la idea del fundador dejó pronto pequeño al primer edificio y proporcionó los recursos suficientes para levantar a su lado, en 1920, el imponente palacio de piedra que hoy sorprende a los visitantes.

A pesar del éxito que desde el principio tuvieron los baños, la primera fama del agua se debe a sus virtudes en la ingestión, tal y como atestigua la experiencia del legendario caballo. Son cualidades que se han sabido explotar de forma paralela a los baños, un fenómeno que tiene su importancia si consideramos que la moda de los baños ha pasado por malos tiempos a lo largo de la dilatada historia del balneario. En esos años, décadas de los setenta y ochenta del siglo XX, la planta embotelladora mantuvo bien alto el nombre de Corconte y proporcionó a la empresa los recursos suficientes para conseguir abrir la casa de baños, contra viento y marea, incluso en las temporadas de menor actividad. Es un asunto, este del agua embotellada, que también da muestra del pequeño milagro que supone el manantial que brota al otro lado del Escudo y que ha permitido a la empresa de los Correa salir bien parada de las crisis. La reconocida calidad medicinal del producto –hubo un tiempo en que las botellas se vendían en las farmacias– ha permitido que Corconte sea una de las pocas aguas minerales del mercado español que se ha ganado un prestigio de marca, algo que ha servido de auténtico salvavidas en un sector marcado por la feroz competencia y los escasísimos márgenes.

Una historia que rebasa el siglo deja a lo largo del camino el rastro de multitud de visitantes anónimos y de un buen número de huéspedes ilustres. Entre estos últimos se puede mencionar a Antonio Maura, un habitual del balneario, o al conde Ciano, el todopoderoso cuñado y ministro de Exteriores de Mussolini, posteriormente caído en desgracia, del que se conserva un autógrafo que recuerda su paso por Corconte. Peor recuerdo dejó otro italiano, éste un general, que en tiempos de la guerra de España se encaprichó de una de las monumentales chimeneas que decoraban los salones y se la empaquetó con destino a su mansión transalpina, donde es de suponer que continúa dando calor a sus herederos. Fueron los años de la contienda civil los que más en riesgo pusieron a la empresa, muy por encima de los embates de las crisis económicas. El balneario se convirtió en uno de los frentes de combate de la ofensiva del norte y fue ocupado, sucesivamente, por los dos bandos en litigio que, si no otra cosa, sí que demostraron tener en común un escaso respeto por el edificio y sus enseres.

Reconstrucción y puesta al día

La reconstrucción emprendida en la posguerra tiene algunos puntos en común con la renovación llevada a cabo en la última década, cuando el resurgir del gusto por los balnearios volvió a llenar de huéspedes las estancias del centro. Los actuales rectores del establecimiento, bisnietos del fundador, emprendieron una reforma que respetando la decoración y el espíritu de la centenaria casa de baños, puso ésta en condiciones de ofrecer todo lo que espera un cliente del siglo XXI. La moderna piscina jacuzzi, en la que puede uno bañarse viendo caer la nieve tras los cristales, comparte su espacio con unos salones que permanecen hoy como hace cien años. El paso del tiempo no ha hecho sino hacer más patente la capacidad de los tratamientos para poner a punto cuerpos y espíritus. Dicen los responsables del centro que el beneficio de los baños se refleja en el rostro de los clientes apenas unas horas después de cruzar el umbral de la puerta del establecimiento. Y es que, como dice el saber popular, algo tiene el agua, cuando la bendicen.